jueves, 21 de noviembre de 2019

Anaga


Hoy tocaba el llamado Parque rural de Anaga, no sé si llamado así con excesiva pompa como suele ocurrir con la burocracia de los nombres. Pero he tenido un día amargo. Me había jurado pasar de la contaminación de las noticias, del chantaje de la actualidad, al menos quince días, todo lo más las notificaciones de Google, pero esta mañana, desayunando, he tenido la mala suerte de escuchar en Tv1 a dos de esos que ejercen como profesión bien remunerada la de tertulianos. Un Papell colérico y una Méndez perdonavidas, siempre a piñón fijo. Ha bastado un minuto para que se me revolvieran las tripas. Por qué no tienen la decencia en la tele de todos, pagada por todos, de suprimir esa burricie. Cómo puede haber espectadores para eso. Todo el día lo he tenido en la cabeza, como un parásito en el cráneo.

El bosque de la Merced, en la península de Anaga, está la laurisilva de la isla. El paseo al que invitan bajo el dosel del bosque lo nombran con la misma pompa de que hablaba, 'El sendero de los sentidos'. Algo hay de eso, como en el arte, el placer de la naturaleza es un vicio solitario. Requiere silencio, exterior e interior, y dejarse llevar por lo que se te va ofreciendo. La laurisilva o monteverde es un endemonismo de aquí y de Madeira. Árboles únicos, humedad y penumbra, gracias a la fronda tupida. Casi he tenido todo eso, aunque hoy ha amanecido soleado y no ha habido por tanto la bruma nubosa que suele envolver el bosque. Unas pocas mujeres vagaban solitarias como yo, igualmente contemplativas.

Luego he ido al buen tuntún buscando rincones, paseos y un lugar pintoresco donde comer. Sin querer he bajado a un lugar llamado Chinamada, final de carretera, un restaurante y una ermita. Y mira por donde allí comenzaba o acababa una ruta conocida, la que va a Punta del Hidalgo. Sin mirar el kilometraje me he puesto a ella a buen ritmo bajando primero y resollando de vuelta cuesta arriba, buscando la forma para el sábado. Fuerte pendiente, paisaje escarpado, vistas.

Nada que añadir a lo dicho sobre el paisaje, a cualquier lugar que mires, si te sales del rebaño turístico, se te abren las admiraciones de la maravilla, como bajando hacia Taganana, un centon de curvas, en busca de pescadito. He vuelto a dejar que la carretera me llevase a su fin y este era al Restaurante el Frontón, en Benijo. Debe ser conocido porque estaba lleno, casi todos jóvenes y foráneos, excepto un canario que cortejaba a un extranjero con un inglés tan excitado como chirriante. Sólo sirven pescado del día, hasta que se les acaba. Me han servido algo parecido a una dorada, con el color del besugo, solo les quedaba una más, el doble de grande que la mía.

He acabado el día bajando por la vertiente sur para tomarme un café en la playa de San Andrés, frente a Gran Canaria, que se veía clarita. Las nubes estaban justo por encima y el Sol resbalando sobre la superficie del mar le daba de lleno. Un hombre en el paseo que lleva a Las Teresitas me ha dicho: Mi abuelo decía que cuando la ves así de limpia el agua del cielo está llegando. Y así ha sido, porque al volver a Puerto por la autovía he tenido que aguantar el chirrido continuo del limpiaparabrisas.

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