Tener
un discurso propio, una voz que vaya de la observación a la
escritura o al habla articulada propia,
cómo se consigue. Cuando escuchamos o leemos con atención a alguien
que habla o escribe ante nosotros se nos impone la autoridad de su
voz, ha ascendido a una tarima o ha interpuesto una pantalla o está
opacado por la invisibilidad de las ondas o lo hace desde la
infranqueable barrera del papel impreso, y
nos calla. Desaparecemos ante quien nos impone su discurso. A fuerza
de oír su lógica, el encadenado de sus argumentos, el tono, el ritmo, su manera de decir, nuestra mente
copia su
mecánica, atrapa y fija sus ideas fuerza, hace suyos sus eslóganes,
copiamos y luego en las discusiones de segundo orden que mantendremos
los convertimos en memes, como hojas volanderas que caen de un
bombardero en guerra.
Pero podemos apagar o tachar o cerrar o abandonar el acto. Mientras
oíamos o leíamos, algo se encendía
en nuestra mente, una contradicción o la derivación de una idea o
una ocurrencia. Si seguimos con el libro abierto o atrapados en la
perorata del televisor o de la conferencia o del mitin perderemos
la oportunidad de la voz propia, de articular un pensamiento propio,
de
distinguirnos de la masa informe, de ser uno y distinto. Al hacer
clic ejercemos nuestra libertad, nos afirmamos como persona, somos ciudadanos.
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