Hoy
no hemos salido a la calle, 41º grados fuera, récord histórico.
Aún así soportable para un adulto en estado de revista. No hay
humedad y un ventilador natural mueve el aire en la atmósfera. Al
verme, como siempre, muestra su contento. Hace una frase cuando lo
pregunto cómo está, algo parecido a “Contigo estoy bien”. No sé
a quién identifica, ¿su hijo?, ¿su marido?, ¿un personaje de su
imaginación? Caminamos por distintas plantas del edificio. Hace
ejercicios suaves y lentos en algunos aparatos. Bebe agua, descansa
en una butaca. Inicio una conversación, mirándola de frente. Le
digo que la peluquera le ha dejado guapa esta mañana, el pelo blanco
bien recortado para que la humedad no anide en su mata de pelo. Hoy
su cara está serena, a pesar de quejarse de los ruidos que le
machacan por dentro, acúfenos o tinnitus. La dignidad que le
confieren los años, que solo le pertenece a ella. No tengo noticia
de que nadie se la arrebatase. Trabajó duro, cuidó de sus hijos, su
vida fue sencilla. No recuerdo que pusiese énfasis en cosa alguna.
La memoria y su carga ya no obra sobre ella, tampoco las
preocupaciones del presente, no tiene recibos que pagar, gente a la
que atender, afectos desatendidos. Vive, aunque sea una vida
precaria.
Se
la ve con ganas de hablar. A veces intenta responder a lo que le
pregunto. Otras inicia ella una frase, pero ninguna se completa. Su
imaginación da volteretas, se ven sus movimientos. Emerge una idea
pero antes de expresarla ya ha desaparecido. A veces, tras el runrún
de la búsqueda, sale una palabra, pero no se ve la relación con el
resto, como cuando el poeta trabaja un verso y sale algo inesperado
que acopia significados exóticos. Luego enmudece durante un rato
largo, parece que algo se mueve en su interior, pero no sé que pueda
ser, nunca me aclara si le pregunto qué está pensando.
Es
emocionante estar con ella, transmite paz. Durante ese rato estamos
ahí el uno junto al otro, sin deudas, como en el claro de un bosque
donde el tiempo y el silencio son naturaleza y la humanidad parece
ausente. Alzamos el visillo que da al sur, a la tarde calurosa. El
sol no es del todo nítido, una leve capa de polvo sahariano lo
enturbia. Las golondrinas dorsiblancas rozan el cristal de la
ventana, justo encima tienen el nido. Nos ven a través del cristal y
huyen para volver poco después. Me sorprende tanta golondrina en
este caserón. El otro día lo comentaba con un amigo, ¿necesitan
los pájaros a las personas, al menos un tipo de pájaros como los
vencejos, los aviones o las golondrinas? No se ven en los pueblos
abandonados o semiabandonados como aquí.
Junto
a nosotros pasea una familia. La madre y la hija acompañan al padre
que no es muy mayor, pero se ve que tampoco tiene cabeza. Hablamos
del tiempo, como un guiño por lo que tenemos en común. Están
serenas, algo más inquieto él, como si el tiempo de la aceptación
ya hubiese pasado. Cuando la dejo sentada a la mesa para la cena y le
doy un beso en la mejilla no dice nada, no se inquieta, tampoco
muestra el júbilo del encuentro.
2 comentarios:
Qué pena ha dicho mi madre cuando se lo he leído. Y qué bien escribe José Antonio. Calcula que tu madre quizás tenga 92 años.
90. gracias Ignacio
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