domingo, 26 de mayo de 2019

«Ningún arado se detiene porque un hombre muera»



              Los días de pompa que se señalan a sí mismos como históricos, revestidos de luces y guirnaldas, nada tienen que ver con el día de la tragedia personal. Una madre percibe el abandono definitivo de sus hijos. La esposa descubre la infidelidad del hombre que le juró el paraíso. El hombre que todo lo fue se ve en un momento de lucidez viejo junto a otros viejos en una sala de cochambre. Uno muere solo en el salón mientras la pantalla encendida vomita los resultados del día señalado. Brueghel lo vio en Ícaro ahogándose en el rincón de su cuadro mientras el labrador ara su cuadrado de tierra, el pastor rumia un pensamiento o el pescador otea su pesca, indiferentes a su tragedia. A un hombre, un hombre cualquiera, no le valen las palabras de adorno, las envasadas y envueltas en el brillante papel de las grandes ocasiones. Su día histórico no es el día de los demás, la negrura le llega cuando todos se calientan al sol. El suyo no es un día grandioso o sublime.

"Musée des Beuax Arts", W. H. Auden (1939),
(en traducción de José Emilio Pacheco)

Acerca del dolor jamás se equivocaron
Los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron
Su función en el mundo. Cómo llega
Mientras alguno cena o abre la ventana
O nada más camina sin objeto.
Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes
El milagroso Nacimiento, habrá siempre
Niños sin mayor interés en lo que ocurre,
Patinando
En el estanque helado a la orilla del bosque.

No olvidaron jamás
Que el eterno martirio ha de seguir su curso,
Irremediablemente, en sórdidos rincones,
Donde viven los perros su perra vida
Y la yegua del verdugo se rasca
Las inocentes grupas contra un árbol.

Por ejemplo, en el Icaro de Brueghel:
Con qué serenidad
Todo parece lejos del desastre.
El labrador oyó seguramente
El rumor de las aguas y el grito inconsolable.
Pero el fracaso no lo conmovió:
Brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco
Al hundirse en las aguas verdes.

Y la elegante y delicada nave
Debió haber visto lo inaudito:
La caída de un niño que volaba.
Pero el barco tenía un destino
Y siguió navegando en calma.

PAISAJE CON LA CAÍDA DE ÍCARO de William Carlos Williams (1950)

Según Brueghel
cuando Ícaro cayó
era primavera

un granjero araba
su tierra
y toda la pompa

del año
se despertaba
cosquilleando cerca

de la orilla del mar
ocupada
en sí misma

sudando bajo el sol
que derretía
la cera de sus alas

insignificante
más allá de la costa
hubo

un chapoteo casi imperceptible
eso era
Ícaro, que se ahogaba.


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