Cuánto
lamento no poder hablar con el hombre que serás. Con el hombre que
ahora eres es inútil y agotador seguir hablando.
La
mayoría de los conocidos tienen una idea y no es suya. La suelen
repetir con pocas variantes. El resto de los apartados de su
conversación son igualmente previsibles pero van cayendo como el
agua que se precipita en una cascada, salpica y fluye hacia la nada.
Para
ellos es cierto lo que dice César Vallejo: “Cuando leo, parece que
me miro en un espejo” si acabamos de redondear la frase, lo que
miran es imagen especular de su mirada.
Alzas
la vista y ves los encartelados, qué desperdicio. No me cabe duda,
son los peores. ¿Siempre ha sido así?
Repito
ideas que he oído o leído en otros, que he leído u oído varias
veces por diferentes conductos hasta almacenarlas en mi frágil
memoria que me hace creer que son mías, otros que a su vez han oído
o leído en otros que quizá han reelaborado en una cadena sin fin
que se remonta a una mente libre, una de las pocas mentes libres,
¿diez, doce a lo largo de la historia?
Criaturas
andantes imperfectas, duplicadas, triplicadas, en serie. Qué fuerza
se liberaría si de pronto se desatasen de sus cadenas. Mentes
libres. Pero no habrá tiempo.
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