domingo, 7 de abril de 2019

Traitors (Traidores)


Quienes cierran los ojos ante la realidad sencillamente están alentando su propia destrucción, y cualquiera que insista en conservar su inocencia mucho después de haberla perdido se convierte en un monstruo”. (James Baldwin).

         Sucedió en el penúltimo capítulo de Traitors (Traidores), una serie británica de espías donde se aborda el nacimiento de las agencias de espionaje en la posguerra. Es entretenida e inteligente en los cuatro primeros capítulos, en los dos últimos arrastrada por una precipitación que no se entiende, quizá por la necesidad de acabarla es seis y no ir más allá, se abandona a una trama sentimental poco elaborada. La bondad de la serie radica en la juventud, belleza e inocencia de la protagonista, interpretada por Emma Appleton. Su luz ilumina la serie frente al retorcido antagonista, Michael Stuhlbarg. Incomprensiblemente, en el quinto episodio los guionistas acaban con la vida de este, con lo que merman considerablemente las posibilidades de prolongarla más allá de esta primera temporada. Lo que sucedió fue que la protagonista, en ese quinto episodio, en un impulso no reprimido conduce su coche con violencia contra su supervisor, en presencia de su chófer negro. La escena está muy cuidada: de noche, en un puente sobre el Támesis, en un blanco y negro que rememora el cine clásico de aquellos años, ella al volante con los dedos crispados, el chófer de pie, atónito, el supervisor incrédulo ante su inesperada muerte. Entonces, entre los dos, chófer negro e inocente blanca, se teje una intimidad nacida de la complicidad. Para esconderse aquella noche la protagonista se va al apartamento del chófer negro y se acuestan en la misma cama. Mientras sucedía me sorprendí a mí mismo deseando que no se desnudasen y follaran. No había habido un desarrollo anterior que lo justificase, pero la trama se había precipitado de tal modo que todo era posible. Pero no sucedió, estaban juntos en el catre pero sin desvestirse ni follar, incluso él le daba la espalda.

           Lo que había sucedido en mi mente, había sido la inevitable atracción por la juventud, la belleza y la inocencia, una atracción biológica, química, que le sucede inevitablemente a cualquier hombre cuando ve a una chica joven y guapa. Veía al negro como un rival y deseaba que no la tocase. Las cosas hubiesen sido diferentes si hubiese sido blando, entonces me hubiese identificado con él, como pasa en cualquier película. Es natural que eso suceda, estamos programados para ello, hay un racismo latente del que no nos podemos sentir culpables, pero que podemos combatir y de hecho racionalmente lo hacemos. Al impulso biológico se enfrenta el pensamiento racional y las convenciones morales que hemos ido aceptando. Buena parte de nuestros principios morales se asientan en elaboraciones racionales. Eso es la civilización. No se trata por tanto de negar nuestros impulsos (sexuales, raciales, de superioridad) como de conocerlos, controlarlos y combatirlos. Dentro de nosotros habita un demonio, pero también un ángel.

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