-
No quiero seguir leyéndola -me dijo-. Me
la estoy tomando como a una
mujer real. No quiero que se convierta en una obsesión.
Al
principio tomaba sus historias como relatos, como esos cuentos que
cuentan los novelistas. Sabes que son verosímiles pero que no son
del todo reales, que no traspasan la imaginación, quedan en el limbo
de la lectura, ese espacio en el que entramos respetando una especie
de pacto entre el escritor y el lector. Mis personajes no saldrán de
las páginas que lees, dice
el escritor, pero te
procuraré emociones similares a las que te gustaría vivir, a cambio
tu puedes interrumpir la lectura tantas veces como
quieras y volver al mundo
real, a donde
nieva de verdad y hace frío, a
tu cocina donde preparas el te o a la habitación solitaria donde
lees bajo una manta que cubre tus piernas. Decimos que una novela
nos cambia, que un libro nos trastornó y desde entonces somos otras
personas, pero no
es más que una
forma
de hablar.
-
Pero un día, a lo tonto -me dijo-, tras una larga
tirada de lectura, se me
ocurrió buscar su nombre en Youtube.
No la entendía mucho, a
pesar de los subtítulos. Hablaba muy deprisa, como
nos parece cuando seguimos a alguien que habla en otro idioma que no
dominamos.
Hablaba
de su última novela y de su trabajo de profesora. Al principio
intentó comprender lo que decía, luego se dejó llevar por el
ritmo, un poco atropellado,
de su manera de hablar. Acababa de leer una escena en la que uno de
sus personajes se abalanzaba sobre ella en la puerta de entrada de
un hotel en la ciudad a la que había ido a dar una charla. Se
apretaba contra su cuerpo y le
metía la lengua en la boca. Ella no protestó, simplemente cuando él
se apartó, abrió la puerta y le dijo, ‘Buenas noches’. En
realidad, aunque la narradora habla en primera persona y es una
escritora, no se llama del mismo modo que la autora, así que es
posible que esa escena que cuenta no ocurriera en realidad. Pero él,
la tomó por real, la asoció a la mujer que ahora veía en Youtube,
en primer plano, en una pose
de medio cuerpo, en tres cuartos, con
una melena de pelo castaño, recortada a la altura del cuello y con
un grano justo encima de la
comisura izquierda
de los labios. Vio ese video
dos, tres, cuatro veces. Inspeccionó su pelo recortado, sus ojos
hundidos, su boca grande, el grano. Se emocionó, ahora la tenía
delante y la deseaba.
Normalmente
no nos acordamos de los escritores cuando leemos una buena novela,
dijo, si la historia es buena estamos tan absorbidos que no nos
importa quién la escribió. Pero
eso no le pasaba con esta autora. Creía que todo lo que contaba se
lo decía a él. Su espíritu o lo que fuese se estaba incorporando a
su mente, de un modo parecido a cuando te enamoras. La mujer a la que
quieres entra dentro de tu mente y la habita expulsando todo lo
demás. Sólo quieres estar a solas, que se haga el silencio y pensar
en ella.
-
Sé que es ridículo -me dijo
-, las historias que el libro cuenta son fruto de su imaginación, la
narradora es un personaje más y, ella misma, hablando en el
video actúa, presenta su máscara de escritora.
Era
el tercer libro que leía de la autora. Los tres se parecen mucho. La
autora va de aquí para allá, por el camino se encuentra con gente
que sin mediar protocolo se
ponen a contarle su historia. Y están tan bien contadas las
historias que es imposible que no parezcan sacadas de la realidad. La
lectura me ha conformado de tal modo, me dijo, que actúo y pienso
como si ella estuviese hablándome. No sabía si él era un personaje
más de sus historias
o ella estaba ahí, a su lado, cubriéndose con la misma mantita con
la que él se tapaba mientras leía. Lo que le trastornó, estaba
convencido, era la escena de la puerta del hotel. Hasta entonces,
ella parecía estar al margen de lo que le contaban. Ponía el oído
y escribía y daba algunas pinceladas de su existencia real. Tenía
un hijo, se divorciaba, se cambiaba de casa, saludaba a los
personajes que iban apareciendo. Pero esta vez, alguien le metía la
lengua en la boca sin prolegómenos. Ese hecho le daba volumen,
aparecía en tres dimensiones, con consistencia real. Su
corazón, me dijo, empezó a palpitar, como su hubiese sido él quien
la empujó contra la puerta del hotel. Por eso ahora veía los
videos, quería saber si esa mujer que había entrado en su mente,
trastornándolo, se asemejaba a la que se hacía pasar por escritora.
No necesitaba transcribir a
su idioma lo que ella estaba diciendo como trastabillando porque la
entendía perfectamente. Las palabras son un medio para volcar los
movimientos interiores de la mente, no es necesario traducir
su exacto significado porque con la vibración del sonido, con su
ritmo alterado es suficiente para que ella vaya reacomodando sus
espacios mentales.
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