lunes, 16 de julio de 2018

El caso del entrenador despedido antes de empezar el mundial




                   Se dice que la victoria de una selección nacional obedece al estado de ánimo de un país. No es que yo lo vea con esa claridad, aún en el reciente éxito de Francia, como si la victoria de Macron hubiese dado nuevos ánimos a un país en horas bajas, aunque para muchos de los que hacen de gacetilleros así es. La victoria en un gran torneo es fruto de muchas cosas, la preparación física, el entendimiento colectivo del equipo y la suerte, quizá la suerte sea el elemento decisivo. Francia pudo caer antes, ante otros equipos, y pudo perder la final si el árbitro hubiese tomado otras decisiones. A posteriori sí, Francia se torna eufórica y se siente campeona y una parte de los franceses creen estar en el buen camino, y es posible que tomen decisiones que de otro modo no tomarían que hagan bien al conjunto del país.

                 Pero no era de eso de lo que quería escribir, sino de algo más evidente, de la tolerancia y la división. Es el caso de España. No alcanzo a entender como no hay un movimiento general en el país para mandar al presidente de la federación española a donde le corresponde, al olvido, no sin antes hacerle objeto de mofa y escarnio. Un país, al menos sus numerosos aficionados, espera cuatro años para vivir las emociones de un mundial de fútbol. Este hombre ridículo acabó con todo dos días antes del primer partido despidiendo al entrenador. Por una cuestión de orgullo, para que su autoridad flotase por encima de las olas. Es un ejemplo que se repite en cargos públicos y de representación en el país, donde muchos alcanzan su nivel de incompetencia. Lo grave no es que lo alcancen, sino que el país los tolere sin más, que antepongan su interés personal al del país, asistiendo impávidos a los destrozos materiales o simbólicos que ocasionan. Sucede que el país está dividido en banderías, aquí por ejemplo Barça/Madrid, y todo se aprecia según el color de la bandera de cada cual y parece como si no importase el bienestar general, un mínimo común que todos pudiésemos defender.

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