sábado, 28 de julio de 2018

Berta Isla, de Javier Marías




           Por fin he acabado la novela de Marías. Es como una obligación o una rutina, algo que acontece con cierta periodicidad, leer la última de Javier Marías. Me ha costado más que las anteriores, como la anterior me costó más que la que la precedía. Marías tuvo su momento, fue brillante, fue un islote en su tiempo: Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo. Cada una un acontecimiento. Muchos nos aficionamos, le seguimos teniendo en alta estima, sigue manteniendo un estilo inconfundible, pero ahora se ha tornado en amaneramiento, lo que tiene de reconocible lo tiene de ya visto, ya no sorprende. Aún así sigue siendo mejor que la mayoría. Mientras lo leía, he leído muchos otros libros, novelas, ensayos, cuentos, unos mejores y otros peores, no perdía el hilo, sin embargo, cuando volvía a ella, porque la trama de Berta Isla es leve. Una pareja y el tiempo que pasa, su degradación, una historia contada, por tanto, mil veces si no más. El hombre, Tomás o Tom Nevinson (sigue la querencia británica, pues, está James, está Shakespeare, está Eliot, está Oxford, aunque también el coronel Chabert balzaquiano y Martin Guerre), se ausenta de tanto en tanto de su casa madrileña donde está su mujer Berta y sus dos hijos, para pasar un tiempo en Londres. Ha sido cooptado por el servicio secreto británico por su extraordinario dominio de las lenguas, hasta que se ausenta definitivamente. La mujer cuenta, en primera persona, casi toda la historia, aunque hay otra voz que narra lo que ella no sabe, lo que no puede saber, tampoco es gran cosa: por qué el hombre es atrapado y obligado a hacer de espía, la leve trama que lo envuelve. 

          Como en la mayor parte de las novelas de Marías, no cuenta mucho lo que sucede, los hechos, sino la trabazón de los acontecimientos, el tejido sentimental que los provoca o que generan. Pero esta vez no basta, no nos dice más de lo que suponemos, o de lo que ya sabemos que sucede en la mente del escritor Javier Marías cuando imagina a sus personajes. Sólo en algún momento logra tensionar la narración, por ejemplo, cuando a Tomás se le cuenta la historia que le implica y le obliga a hacerse espía o cuando Berta, al comienzo de la narración, es seducida por un torero o cuando, más tarde, dos espías irlandeses la amenazan con dejar caer el fuego de un mechero sobre la cuna de su hijo de pocos meses. Pero no era eso, no es eso lo que caracterizaba el estilo Marías, sino la hondura psicológica, el cambio que un hecho produce en la conciencia, cómo el lenguaje con sus revueltas y espirales, sus repeticiones, las frases que van y vienen en la escritura de Marías que es la mente del personaje, aquí la mujer abandonada que no sabe si su marido vive o está muerto, si ha de esperarle o buscar su propia vida, va cambiándole, destruyéndole o aminorándole, la historia de la vida interior que los libros de ciencia no nos cuentan porque sólo los novelistas pueden hacerlo. Todavía está todo eso, pero ya no sorprende, ya no nos reconocemos en esas tramas sentimentales como lo hacíamos antes. Sigue estando el ritmo, la música de las frases, y sigue produciendo placer leerlo, pero con eso no basta, la mayor parte de las páginas sólo tienen eso música, pero ya la hemos oído muchas veces, la melodía nos la sabemos de memoria.



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