domingo, 10 de junio de 2018

La identidad desvelada



La piedra más sólida, a la luz de los que hemos aprendido… es en realidad un complejo vibrar de campos cuánticos, un interactuar momentáneo de fuerzas, un proceso que por un breve instante logra mantenerse en equilibrio semejante a sí mismo, antes de disgregarse de nuevo en polvo; un capítulo efímero en la historia de las interacciones entre los elementos del planeta. (…) El mundo no está hecho de piedras más de que pueda estarlo de sonidos fugaces y de olas que discurren sobre el mar”. (Carlo Rovelli, El orden del tiempo).

         No somos entes, no somos cosas, somos eventos en el océano del cosmos, configuraciones que aparecen, fluctúan y desaparecen. Las cosas no son, acontecen. Eso es lo que parece suceder si hacemos caso a nuestra percepción ampliada con instrumental cada vez más preciso, con teorías cada vez más ajustadas. En el inicio de nuestro ser, de nuestra entidad, por hablar en términos clásicos, hay un orden que va desordenándose, de menor a mayor entropía. A esa entropía le denominamos tiempo, el tiempo no es otra cosa que la medida de ese desordenamiento y sólo sirve para la región del cosmos que habitamos, es decir, para la región física en la que interactuamos, una interactuación limitada a unas pocas variables que estamos en condiciones de percibir y entender. “Entendemos el mundo estudiando el cambio, no estudiando las cosas”.

           Sostiene Carlo Rovelli en El orden del tiempo que nos resulta escandaloso ese acotarnos el tiempo, ese principio y fin, y no tanto la acotación espacial, a la que nos hemos acostumbrado mejor, aunque tampoco hay tal pues las cosas, los eventos, a la distancia adecuada, no tienen límites como no los tiene la nube que desde lo alto de la montaña apreciamos con contornos brillantes pero que al bajar al valle nos sumergimos en ella sin haber constatado un límite, un contorno, una frontera entre nube y no nube. Lo mismo sucedería con la aproximación adecuada a esta mesa de mármol tan recia o a mi propio cuerpo, que se mantiene uniforme, semejante a sí mismo, un rato, cuya duración e intensidad varía si lo medimos nosotros o lo miden nuestros familiares o nuestros amigos o conocidos. Lo mismo sucedería, pues, con una aproximación adecuada al tiempo, a nuestra desorganización entrópica. Nuestra concepción temporal está determinada por la deformación de nuestra percepción, obra del desenfoque de nuestra visión derivada de las dimensiones cósmicas que nos determinan, aquellas con las que podemos interactuar. El tiempo, como la velocidad, no es un valor absoluto, es una variable, una magnitud relativa en función de nuestra relación con otros eventos. ¿Existimos, entonces?, se pregunta Rovelli, y responde, la pregunta sobre la existencia o sobre la realidad es una pregunta gramatical no una pregunta sobre la naturaleza.


No hay comentarios: