viernes, 18 de mayo de 2018

Palabras y deshechos




              Una muestra de la falta de vigor de nuestra época es la confusión entre palabras y hechos. En la representación de los políticos se igualan ambos, las palabras son hechos difereridos, un contrato que el político establece con sus votantes: Haré esto. A muchos de los votantes les basta con la promesa y muy raramente piden cuentas. Para esos votantes la realidad es un mundo onírico donde la confusión va más allá de las palabras/hechos. Los deseos, las creencias, el dibujo de un mundo soñado tangencial al mundo real son la única realidad que les merece la pena, basta imaginarlo para que aparezca ante sus ojos con un colorido seductor al que entregarían la vida, la vida onírica, claro está. Aunque la realidad suele vengarse, no tanto de los votantes ilusos que no están dispuestos a apearse de su satisfactorio mundo flotante como de los políticos, porque otros votantes y otros políticos desconsiderados son capaces de mostrarles la fea realidad, de charles en cara lo sucio agazapado, lo que no se deja conducir por el camino de la promesa, lo que acaba rompiendo la hermosa simetría entre palabras y hechos.

               Barcelona, esa ciudad onírica, es el ejemplo preclaro como en tantas otras cosas. Cuánto tiempo lleva la alcaldesa en el cargo, cómo se dio a conocer, cuál fue la plataforma que la aupó a la alcaldía. Vivienda y pobreza, he ahí dos promesas fallidas, donde la venganza de la realidad ha sido más cruel. Qué puede haber más devastador para un político que el reconocimiento de su impotencia: Los profesionales [del ayuntamiento] alertan de que los pisos y pensiones están llenos y piden no asistir a los desahucios porque no pueden dar una "respuesta adecuada". Y Barcelona contabiliza más de 3.500 sin techo en una noche).


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