viernes, 17 de noviembre de 2017

El hombre de la mochila roja



          Me ha dado un ligero golpe en el hombro cuando el hombre entraba con su mochila en el vagón. El tren ha parado en Palencia y unos pocos pasajeros han bajado y otros pocos han subido. Se ha disculpado con una voz quebrada, huidiza de tan débil. Apenas le he prestado atención, tan embebido estaba en la lectura de una novela que me absorbía. Ha sido cuando ha llegado el revisor, el tren renqueando por la llanura castellana, cuando me he fijado en los detalles. El revisor le ha pedido el billete. Algo ha musitado para que le levantase la voz. No mucho, lo justo para mostrar sorpresa y reproche. “No tengo”, ha llegado hasta a mí casi inaudible su voz. El revisor ha enderezado su cuerpo embutido en un traje azul oscuro de porte antiguo, como si se dispusiese a mostrar su autoridad, pero el gesto sobraba porque el hombre se encogía en su asiento. “Acompáñeme a la plataforma”, le ha dicho simplemente, sin apenas énfasis. Y los dos a paso quedo se han alejado. El revisor ancho como un botero, con brazos y piernas extendidos hasta ocupar el espacio disponible, para ayudarse a tomar el aire que le faltaba. El hombre con la mochila grande, montañera, llena a reventar, ladeada sobre el hombro derecho, detrás, cazadora de color crema gastada, gafas de cristales gruesos. Los pocos pasajeros mirábamos cómo se iban yendo. En la siguiente estación ha bajado del tren hasta el vestíbulo. Mientras yo me iba al parquin, él consultaba en un panel el tráfico de trenes, los destinos.

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