viernes, 28 de julio de 2017

En el templo


              Necesitaba ropa interior deportiva y una chaqueta de senderismo para clima fresco y lluvioso. Acudí a una tienda que se ha hecho un nombre en internet. Se anuncia como oulet, pero en el rótulo exterior solo pone Esquí y Montaña. Nada más entrar me sentí disminuido: dos plantas espaciosas de altos techos, con iluminación tenue pero suficiente, amplios espacios para moverse entre los expositores abiertos, cada expositor un altar rodeado de un halo de deseo. Más que una tienda parecía un templo en el que el cliente puede moverse a placer dejándose tentar por productos coloristas, brillantes y tactiles, un templo politeísta lleno de dioses lujuriosos y egoístas. Los vendedores no atosigan, hay que ir a buscarlos para cualquier solicitud. Al que yo fui miró de reojo mi polo gastado y sudado, mis cortos pantalones caídos, mis sandalias vulgares. Me señaló dónde estaba la ropa interior. Los precios, a pesar de marcar en rojo un 50 % de descuento, me hicieron sentir avergonzado, cualquier prenda lucía un poder que había que estar dispuesto a pagar, aunque un sentimiento tal debía ser una cosa particular mía. La tienda está en el Eixample, no había muchos clientes a la hora de la tarde en que la visité, quizá la tienda no necesite muchos, que por el modo de hablar y de moverse, por el modo de exhibir ante los vendedores geografías y climas, el mundo en que se expanden, mostraban que para ellos el precio no era vergüenza sino un modo natural de desenvolverse. Nada ha cambiado, creo, en los sustancial, en estos años, sigue habiendo dos mundos más o menos estancos, dos maneras de vivir la misma tierra que todos habitamos. No les envidio, no me importa que facilidad sea un concepto para ellos sin sentido, sólo sé que estar ahí, compartir el lugar exclusivo que habitan me llena de vergüenza, así que salí de aquel templo de moda y consumo sin comprar nada.

             Andrea Wulf que biografía la vida de Humboldt narra el encuentro entre este y el tercer presidente de EE UU, Thomas Jefferson. Jefferson vivía grandes contradicciones, como buena parte de los hombres libres e ilustrados de su época, pero tenía convicciones que hoy nos chocan. Nadie ofrece ahora un modelo de vida como el que él representaba. Los modelos a los que admiramos hoy son degradaciones de la antigua virtud.

“Como señaló un visitante, Jefferson no ocupaba más que una esquina de la mansión, y el resto se encontraba aún en «un estado de sucia desolación». A Jefferson no le importaba. Desde su primer día en el cargo, había empezado a desmitificar el papel del presidente, eliminando de la joven Administración los estrictos protocolos sociales y la pompa ceremonial, y presentándose como un simple granjero. En lugar de recepciones formales, convocaba a sus invitados a pequeñas cenas íntimas que se celebraban en torno a una mesa redonda, para evitar problemas de orden y jerarquía. Vestía deliberadamente de forma sencilla, y muchos comentaban su aspecto desaliñado. Sus zapatillas estaban tan desgastadas que le asomaban los dedos, su abrigo estaba «raído» y la ropa de casa «llena de manchas». Parecía «un granjero grandullón»[32], señaló un diplomático británico, exactamente la imagen que Jefferson quería transmitir”.

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