lunes, 8 de agosto de 2016

La sociedad de la mente



            Hay un tranvía desbocado que va calle abajo derecho hacia cinco peatones desavisados. Tú estás situado en medio, viendo a uno y a otros, y puedes cambiar el rumbo desviando las agujas hacia otra vía en la que el tranvía sólo matará a un peatón. ¿Qué harás? Parece que todo el mundo, como tú, encuentra la solución menos mala. Pero qué harías en esta otra situación: te encuentras en una pasarela sobre las vías y ves cómo se precipita el mismo tranvía; puedes detenerlo si al hombre obeso que tienes junto a ti lo arrojas delante del tranvía, de ese modo lo detiene y se salvan los cinco viandantes desprevenidos. Aquí seguro que tu intervención es más dudosa, ¿por qué? Por la distancia de interacción. Como al hombre obeso lo has de empujar con tus propias manos interviene el área cerebral que activa las emociones y entonces ya no es tan fácil tomar una decisión y sin embargo el resultado es el mismo que en la primera situación.

            El sistema racional es más moderno, el sistema emocional, que compartimos con muchos animales, más antiguo, pero resulta útil para tomar decisiones. En nuestro comportamiento intervienen ambos y nuestras emociones impiden determinados actos y otros los promueven. Por ejemplo, el soldado que se enfrenta a espada al enemigo sufre un choque emocional, pero ¿qué pasa con el que simplemente aprieta un botón que lanza un tomahawk que destruye un bloque de viviendas habitadas? Hablamos con superioridad de nuestras decisiones racionales –nuestro voto, por ejemplo- enfrentándolas a las decisiones de la gente simple que se deja llevar por las emociones. ¿Es así, en realidad? Es evidente que no, por tanto es un error en el juego político dejar las emociones a nuestros adversarios y mantenernos en la torre de marfil de nuestra racionalidad.

            Para describir cómo funciona la mente los científicos hablan de la sociedad de la mente. El cerebro no funciona por áreas como se creía sino más bien como una agrupación de subagentes especializados que hacen diferentes cosas, y muchos de ellos, la misma pero desde distinta perspectiva, de tal modo que se produce competencia entre propuestas de solución diferentes ante un problema. Distintas partes del cerebro disputan para controlar nuestro comportamiento. Por ejemplo, si nos ofrecen una tarta, una parte la acepta por la energía que aportan los azúcares y otra la rechaza previendo los michelines. Toda esa competencia sucede por debajo de nuestra conciencia. Lo más sorprendente es que nuestro cerebro tiene dos ámbitos separados haciendo lo mismo (sentir, entender, pensar, recordar), en los dos hemisferios, y que ambos funcionan como equipos de rivales, en expresión de David Eagleman (Incógnito).

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