jueves, 30 de junio de 2016

Ver con la lengua

    
Eric Weihenmayer
          ¿Hasta qué punto estamos seguros de que vemos lo que vemos? ¿Lo que está ahí delante, lo que palpamos, olemos, oímos o vemos es lo que nos dice nuestra mente o hay un salto tal entre las señales que enviamos al cerebro y la imagen que forja nuestra mente que es imposible fiarnos y conocer de verdad la realidad? Es decir, ¿nuestra imagen del mundo es la imagen que nos devuelve un espejo o es una construcción?

         Las neurociencias nos dicen que no hay una diferencia sustancial entre las alucinaciones y la percepción normal del mundo que nos envuelve (es más, dicen que siempre estamos alunizando). Las alucinaciones son visiones no sujetas a nada. La diferencia es que la segunda, la percepción, está anclada en la realidad, corroborada por entradas externas proporcionadas por los sentidos. Porque quien ve no son los ojos sino el cerebro. El cerebro está sumido en una negrura absoluta bajo la bóveda del cráneo, pero la mente construye la luz gracias a las pequeñas señales que llegan del exterior, aportadas por pulsos táctiles, auditivos o visuales. Los datos internos que maneja el cerebro no son generados por los datos sensoriales, sino sólo modelados por ellos. El cerebro está a oscuras pero la mente construye luz.

         Eric Weihenmayer se quedó ciego cuando tenía trece años por una retinosquisis. Eric es un aficionado a la escalada extrema. En el 2001 fue el primer ciego en escalar el Everest. También trepa por paredes de roca agarrándose a cornisas imposibles. ¿Cómo lo hace? Dispone de un aparato llamado BrainPort que conecta una red de 600 electrodos con su lengua que le permite ver. La red traduce las imágenes de una cámara de vídeo en pautas de impulsos eléctricos que llegan al cerebro en forma de distancia, forma, dirección del movimiento y tamaño. Es decir, Eric ve con la lengua. Ya es posible introducir en esa red entradas de sónar o de infrarrojos, útiles para los submarinistas o para los soldados en misión nocturna. La plasticidad del cerebro es tal que dentro de poco podremos introducirle además de infrarrojos, señales ultravioleta, datos del clima o de la bolsa que el cerebro aprenderá a utilizar según nuestros intereses.

         El cerebro no funciona como un ordenador o como una cadena de montaje, sino como un mercado, el proceso no es lineal sino recurrente y circular, retroalimentándose continuamente. Lo que entra por los ojos no es sólo cosa del sistema visual sino también del resto del cerebro. El cerebro más que ver predice, coteja expectativas, reajustándose con los datos que vienen de fuera. Nuestras expectativas influyen en lo que vemos. Los que padecen el síndrome de Anton, como secuela de una apoplejía, ven sin ver, tardan en darse cuenta que lo que perciben no viene de fuera sino que es pura construcción cerebral. ¿Debemos confiar en los sentidos? David Eagleman, autor de Incógnito, responde con claridad: no.

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