domingo, 3 de enero de 2016

Aromas de Dinamarca


Birgitte Nyborg

            Uno desearía que su país fuese como Dinamarca, o al menos como la Dinamarca que sale en Borgen. No que sea igualmente rica, ya les alcanzaremos, sino que funcione de modo parecido. Que los políticos resuelvan problemas y no se entretengan en utopías que se pueden convertir en distopías, que los políticos no sean diferentes de las personas comunes, es decir, que hagan la compra y vayan en bicicleta al trabajo, que si tienen una hija mentalmente enferma, como Birgitte Nyborg, se entreguen a ella hasta el final luchando contra el periodismo telecinco, que se casen y se descasen como todo quisque y no conviertan su vida en una telenovela, que sean felices e infelices como los demás, que la corrupción sea un asunto menor porque los que se dedican a los asuntos públicos son personas decentes que están en política porque realmente quieren el bien común y no un atajo para hacerse ricos. Que se vea como normal la existencia de varios partidos, que pactar no sea nada extraordinario, que se acepte que puedan existir partidos de centro, independientes de los ideologizadas derecha e izquierda, y que estas no vean como suyos los votantes de aquellos. Claro que para que eso ocurra los votantes de este país deberían comportarse como ciudadanos ilustrados que no dejan pasar una, con respecto a la corrupción material y a la corrupción moral, que votan buscando políticos que resuelvan problemas y no políticos que ofrezcan la entrada urgente en el paraíso, que sean capaces de distinguir la mentira y la castiguen, que no acepten las malas artes como medio para batir al enemigo, que sepan distinguir entre las promesas incumplibles y lo posible. Dinamarca queda a unos cuantos kilómetros al norte pero bastante más cerca que hace cuarenta años.

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