domingo, 5 de abril de 2015

Starred up (Convicto)


            ¿Qué queda cuando uno cree que todas las vías están cerradas, que no es posible el diálogo y la convivencia con los semejantes? La violencia. Violencia interior, psicológica, que muy a menudo lleva a la autodestrucción o violencia exterior, física, que lleva a la destrucción de los demás. Las películas del género carcelario han trabajado este asunto. La última que yo conozca esta escocesa, Starred up, centrada más en la violencia física que en la interior. Cerrados los demás caminos, la violencia se convierte en un lenguaje: expresión del malestar, llamada de atención, reivindicación del yo, venganza. Pero ¿quién está dispuesto a dialogar de esa forma o a interpretar la violencia como lenguaje? Hay en la peli un policía psicólogo que crea un grupo de diálogo con reclusos a los que les da la oportunidad de volver a hablar, pero en el mundo cerrado de la cárcel, donde la institución también habla a través de la violencia, ha de reconocer su fracaso y renunciar a su empeño. Y están los reclusos, divididos entre quienes utilizan la violencia como fin en sí mismo, como medio de medir fuerzas, y los que la utilizan de forma positiva para representar abstracciones: amistad, compañerismo, redención. El guión se centra en la llegada a la cárcel de un joven adolescente, abandonado pronto por sus padres, un lobo solitario. Si el mundo le ha cerrado las puertas, no ve cómo la cárcel se las podría volver a abrir. En su caso, ejerce una violencia ciega, circular, sin otro significado que su malestar. El guión poco a poco va derivando hacia la relación del chico con su padre, que también está encerrado en la misma cárcel. El padre sabe poco, pero una de las cosas que sabe es que la violencia es un lenguaje y que hay dosificarla para que los otros la entiendan. Para él no hay mundo más allá del carcelario, donde ha construido su propia vía de supervivencia. El diálogo entre padre e hijo parece imposible, tan sólo gritos, golpes e imprecaciones les unen de modo incierto, ruido tosco y brutal tras el que se atisban sentimientos. Cuando puertas y ventanas están rotas y nada parece tener remedio, el padre encuentra el modo de convertir la violencia en redención, no la suya, pues está condenado para siempre, sino la de su hijo, aunque quizá a través de la liberación de su hijo, pueda él alcanzar una especie de redención moral.


            Una película de género pues, pero de las buenas. Gracias a un excelente guión, mete dentro de las convenciones genéricas la tensión del drama clásico, en este caso la relación paterno filial, con esa perspectiva novedosa que da mostrar a padre e hijo encerrados en una cárcel. Excelentes igualmente los actores y la dirección de David Mackenzie que mantiene la tensión de principio a fin.

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