miércoles, 1 de abril de 2015

Sapiens. De animales a dioses. Breve historia de la humanidad


            Durante la mitad de los años que lleva sobre la Tierra este simio al que llamamos Homo Sapiens (HS) permaneció en un reducto de África sin especiales habilidades para la supervivencia. Sin embargo, hace 70.000 años todo cambió. Desde Oriente Próximo fue extendiendo su hábitat hacia Europa y hacia Oriente. Qué sucedió. El HS ha vivido hasta ahora tres grandes revoluciones que han transformado el ecosistema donde se ha asentado: la cognitiva, la agrícola y la científica. Por la primera proyectó sus carencias biológicas en una extensión imaginativa que le permitió quedarse sobre la Tierra como único humano. Por la segunda domesticó plantas y animales para hacer más fácil su vida, eliminando los riesgos de padecer hambre. Por la tercera, el HS se está transformando a sí mismo, en un proceso inacabado, que puede trascenderle hasta acabar en un nuevo ser que se parezca muy poco al propio HS. Es lo que explica Yuval Noah Harari en este libro a lo largo de casi 600 páginas, en las que en cada párrafo hay una idea estimulante. La ascensión del HS, una criatura tan imperfecta, hacia la divinidad, si por fin consigue la liberación de las cadenas de la determinación biológica, no está exenta de sufrimiento y de riesgos. Al mismo tiempo que se adueñaba de su destino, cuando hizo suya la Tierra, expulsó de la vida a los demás humanos, como el Neandertal o el Denisovano, esclavizó a los animales, confinándolos en granjas y sacrificándolos sin preguntarse sobre su sensibilidad o pone en riesgo su propia existencia al destrozar el ecosistema Tierra. Harari no hace una historia de héroes, batallas y acontecimientos sino que enfocando desde la distancia muestra nuestra evolución como especie.

            Qué hizo florecer al Homo Sapiens, de dónde obtuvo la ventaja fundamental para dejar atrás a otras especies de humanos, para someter al resto de los animales y dominar la Tierra. El HS apareció en África hace 150.000 años pero sólo fue hace 70.000, seguramente como consecuencia de mutaciones genéticas accidentales, cuando se produjo el cambio decisivo, la revolución cognitiva. El HS adquirió un lenguaje más flexible capaz de representar el mundo con abstracciones, un lenguaje capaz mediante símbolos de crear entidades que no están en la realidad, es decir, ficciones, cuentos capaces de encandilar al auditorio. Las ficciones prendieron en la mente de los humanos, lo que permitió moverlos colectivamente. El espíritu de colaboración, la capacidad de trabajar en común es lo que nos distingue, lo que nos ha hecho avanzar, una inteligencia colectiva que nos ha traído hasta aquí. Según Harari, fue el momento en que la historia se independizó de la biología. La segunda revolución se produjo hace 12.000 años, cuando el hombre se afincó en algunos lugares para cultivar algunas plantas que le aseguraban tener alimento más allá de las estaciones propicias a la recolección. Al mismo tiempo domesticó a algunos animales. Una revolución con un alto coste: la dieta fue menos variada, las horas de trabajo dedicadas a la supervivencia, mayores, aumentó la violencia por la defensa de la propiedad, las dolencias como consecuencia del trabajo, pero se aseguraba el alimento. El hombre quedó ligado a un lugar, una casa, un granero, unos objetos. También dispuso de cosas que eran expropiables: grano, aceite, queso. Los excedentes agrícolas y la fabulación crearon ciudades e imperios. Hacia el 10.000 había entre 5 y 8 millones de cazadores recolectores, en el siglo I dc sólo quedaban en torno a medio millón frente a 250 millones de agricultores. El cambio era irreversible. Así surgieron las ciudades y los imperios, con la esperanza de una sociedad más segura y mejor se crearon órdenes imaginarios -culturas- que impulsaron, mediante la coerción y la fe, a los hombres a cooperar. Las culturas no son homogéneas pero tienden hacia la unificación de la humanidad. Tres órdenes imaginarios han tendido hacia la universalidad: el dinero, los imperios y las religiones. La tercera revolución comenzó a finales del siglo XV con la llegada de los europeos a América. A partir de ese momento se produjo una alianza entre la ciencia y el imperio. El conocimiento da poder y el poder impulsa a la ciencia. Con la revolución industrial la oferta por primera vez superó a la demanda. De golpe todos nos convertimos en consumistas, frente a la frugalidad de las sociedades premodernas. El nuevo mandato es consume. Como en las anteriores revoluciones también esta ha tenido su coste, el desplome de la familia y la comunidad local, sustituidos por el mercado y el Estado y el auge de las comunidades imaginadas. Los órdenes imaginarios siguen estructurando nuestra mente y nuestro comportamiento: consumidores compulsivos, fanáticos religiosos, hinchas de fútbol, creyentes de la identidad nacional. Un ejemplo del propio Harari, si la Declaración de Independencia de EE UU (4 de julio de 1776) dice : 
            “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. 
Deberíamos traducirla en términos biológicos de este modo: 
            “Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres han evolucionado de manera diferente; que han nacido con ciertas características mutables; que entre estas están la vida y la búsqueda del placer”. 
            El Homo Sapiens se ha extendido y dominado la Tierra de forma arroladora, pero ¿somos felices? Por la historia hemos conocido la sabiduría de los grandes hombres, las grandes construcciones faraónicas, las batallas decisivas, las obras maestras del arte, la caridad de los santos, pero qué nos ha enseñado sobre la felicidad de las personas. Los sociólogos y los bioquímicos no se ponen de acuerdo. ¿Es la riqueza, la libertad política, la igualdad lo que nos hace felices o acaso sea la adecuada producción en nuestro cerebro de serotonina, dopamina y oxitocina? ¿Son los placeres del sexo, la comida, del bienestar material lo que hace que estemos a gusto o necesitamos ilusiones que den sentido a nuestra vida? ¿Ilusiones que en el futuro den satisfacción a nuestros deseos o empresas colectivas a las que nos enganchamos para dar sentido a nuestra vida? ¿O acaso estamos equivocados y los deseos, individuales o colectivos, que, en general no se cumplen, son los que nos producen insatisfacción y sufrimiento? ¿Es la felicidad la supresión del deseo, la serenidad que se alcanza dominando y reduciendo nuestras pasiones? 
            “La evolución proporcionó sensaciones placenteras como recompensa a los machos que diseminan sus genes al tener sexo con hembras fértiles. Si el sexo no estuviera acompañado de este placer, a pocos machos les preocuparía. Al mismo tiempo, la evolución se aseguró de que estas sensaciones placenteras se desvanecieran rápidamente. Si los orgasmos duraran siempre, los belicistas machos morirían de hambre por falta de interés en la comida, y no se tomarían la molestia de buscar hembras fértiles”.