sábado, 28 de febrero de 2015

Turist (Force Majeure)



  
          Una pareja con dos niños pequeños pasa unos días de vacaciones invernales en los Alpes franceses. El hombre ha hecho lo posible, cuenta la mujer a una amiga, para poder dedicar esos días a la familia. Todo, el hotel, las instalaciones, las pistas de nieve, la ropa deportiva de los niños y los padres, los restaurantes y cafeterías es muy moderno, límpido, brillante, un poco al estilo Ikea. Nada más comenzar hay un suceso que marcará los seis días de vacaciones. Mientras la familia come en un restaurante al aire libre enfrente de las pistas, se produce una avalancha que al principio parece estar controlada y que la gente contempla risueña, pero la cosa se pone fea y al final amenaza con llegar hasta la terraza donde están tomando el sol. Aflora el nerviosismo, la gente recoge sus cosas y huye como puede cuando es evidente que la avalancha está ahí mismo. Es lo que hace el padre de la familia que instintivamente recoge su móvil y sale corriendo dejando atrás a la madre y sus dos hijos. ¿Cómo gestionar un hecho como ese? Cuándo el polvo de nieve se aclara y se ve que todo ha sido una falsa alarma, vuelve el hombre. Incómodo, nervioso, no sabe qué decir, tampoco su mujer. A partir de ese instante se producirán una sucesión de escenas en las que el hecho irá aflorando de diferentes modos. El hombre quiere olvidarlo, no hablar de ello, no reconoce en ningún momento su acto de cobardía. La mujer, por el contrario, quiere hablar de ello y con ocasión de un par de cenas con amigos, con una copa de más, su lengua encuentra el modo de contar y recontar el suceso, culpabilizando al marido.


            Los actores son jóvenes, bien pasada la treintena, el decorado es brillante, nieve, montañas blancas, noches limpias, interiores claros. Frío y resplandeciente paisaje invernal frente a los oscuros interiores del alma atormentada y culpable. Hay elementos simbólicos, el sonido de los cañones de nieve, la amenaza de tormenta, un autobús cuyo conductor pierde el dominio y otros, algunas conversaciones sobre la libertad dentro del matrimonio, sobre divorcios. La película juega con lo explícito y lo implícito, la dificultad de hablar de aquello que nos trastorna y que sin embargo evacuamos por otros medios. La idea es muy buena, aunque quizá habría que haberle exigido algo más al guionista, Ruben Östlund, que también es el director de esta película sueca y un final algo más comprometido. Una de esas películas necesarias porque hurga en aquello que nos atemoriza y que no queremos o podemos sacar a la luz.

No hay comentarios: