miércoles, 3 de septiembre de 2014

Donde el Olimpo

Jennifer Lawrence y Kate Upton
            No era la primera vez que veía a Jennifer Lawrence, pero en El lado bueno de las cosas me quedé prendado. Quién no puede enamorarse de esa mujer que convierte su desequilibrio emocional en encanto. No hay nada más cercano a los antiguos dioses que esos seres complejos pero limpios, bien vestidos y relucientes a los que se adivina olorosos y dulces al tacto que aparecen en la pantalla en realidades acotadas, con problemas que se parecen a los nuestros y que encuentran soluciones glamorosas y definitivas. Aunque el cine ha perdido la magia de la gran sala a oscuras ha ganado en realismo y espectacularidad. Greta Garbo era una diosa distante y fría pero la multitud estaba imantada ante su mirada introvertida, llena de misterio. Las diosas de ahora son como nosotros, exhiben sus problemas que son los nuestros, tan cercanas como nuestras amigas o hermanas, no más distantes que las chicas que vemos en la calle o nuestras hijas. Lo que les mantiene en el Olimpo son los personajes que interpretan, personajes cerrados, con contornos precisos, despojados de los rincones oscuros, del sudor de los calcetines sucios arrojados en el baño. Lo mismo se podría decir de los dioses que las chicas miran con deleite en la misma pantalla o en el campo de fútbol. Pero ya sabemos que cuando se despojan de los afeites y del vestuario brillante, cuando la luz deja de enfocarlos parte de su magia desaparece. Todos los días en miles de canales aparecen bajo un foco más general, iluminados de forma menos favorecedora, pero tan cercanos. La admiración no cesa por ello, muchos chicos y chicas piensan que podrían ocupar su lugar, cosa que no ocurría con Greta Garbo, incluso se alegran cuando les pillan en un posado robado.


            ¿Cambia algo las fotos hackeadas estos días, robadas de los teléfonos móviles de las diosas y divulgadas contra su voluntad? No mucho, quizá la confirmación de que esas chicas son chicas tan vulgares como quienes las admiran. En la intimidad hacen lo que cualquiera de su edad hoy mismo, se fotografían desnudas o procaces, juegan a exhibirse. No se parecen en nada a los personajes que interpretan y de quienes sus admiradores se enamoran. En la intimidad exhibida o robada tienen la misma edad que aparentan. De los dioses antiguos se contaban historias que reproducían los deseos y miedos, los defectos y las miserias, también las pulsiones más ocultas de los humanos. Pero estaban recluidos en el monte elástico pero inmaterial de la imaginación. De las diosas de ahora vemos el tampax y las gomas de sus amantes. No queda ningún reducto reservado. La cámara de fotos es una tentación irresistible ante la necesidad universal de exhibición. Son como nosotras, soy como ellas. Nunca como ahora parece tan cercana la idea de que cualquiera puede pertenecer a la raza de los dioses. Esos dioses que aparecen al otro lado del espejo del baño y que un chico o una chica de hoy fotografía sin cesar.


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