Como en
toda lectura lo que cuenta es la experiencia del lector, eso es lo que acabo de
reflejar, más importante incluso que aquello de que vaya la lectura. Aunque
quizá tenga que añadir unas notas por si alguien quiere animarse a meterse
dentro de Los amates tristes. El título como se ve es bonito como muchas
de las frases de Eugenia Rico, como su manera de escribir, ligera, sin el
alevoso fardo del estilo todavía, no sé en que ha devenido la autora, no he
leído más que esto. No sé si la historia podía haber tenido más desarrollo,
quizá sí, he querido saber más de los personajes, conocerlos más íntimamente
para saber por qué se comportan de ese modo, quizá no, y Eugenia Rico haya
pensado, como los críticos que la han elogiado, que el libro no necesitaba más.
Si es así su virtud está en la concisión en la manera de exponer los sentimientos, en el impulso que
les mueve a unos a no traicionar, a otros a hacerlo, y con eso habría de
bastar. Y quizá haya vidas así: lo que para unos es un leve agitar de un
pañuelo en la ventanilla de un tren que se aleja, para otros ese gesto se
convierte en un hondo pesar que les condena de por vida, a la soledad, a la
amargura o en el peor de los casos a pudrirse en un sanatorio psiquiátrico. El
novelista con espíritu de poeta se conforma con el agitar del pañuelo,
Dostoievski o Javier Marías mirarían desde el andén y darían la palabra a Jean
Charles, o quizá a Ofélie.
viernes, 6 de junio de 2014
Los amantes tristes, de Eugenia Rico
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