jueves, 31 de octubre de 2013

Las edades del Hombre, en Arévalo



            Sin esta molesta carraspera que a ratos me acomete, diría que he caminado como un sonámbulo por las calle de Arévalo, que he visto pero no he mirado sus torres mudéjares y sus campanarios, que he pasado debajo de sus arcos y he fotografiado las esculturas de sus calles, algunas de siempre, otras prestadas para la ocasión, sin apreciarlas, no viendo más que bronce en ellas,

            Sin esta fiebrecilla que me calienta y me enfría, que me hace cerrar los ojos y me hace abrirlos a un tiempo, diría que he oído el runrún monocorde de la la mujer que nos guía, primero por la Iglesia de Santa María, luego por la de San Martín y después por la del Salvador, la que nos hace detener delante de determinadas pinturas o esculturas o retablos sin que una sola palabra me pinche o despierte, todas las suyas mil veces oídas, vacías de significado, muertas, aunque no diría que careciesen de valor las obras, que debían tenerlo y estaban bien presentadas, pero no era sin duda mi día, algunas las conocía, las he visto mil veces, han perdido su capacidad de sorpresa, y las demás sin conocerlas me devolvían lo que en otras ya he visto,

            Si hubiese estado bien despierto que como digo no estaba, me hubiese sentido incómodo, hubiese protestado, haciendo audible mi carraspeo o incomodando con preguntas por presentar esta exposición como si de una clase de catequesis se tratase, Credo, cada una de las obras respondiendo a cada una de las frases del Credo, cercenando su autonomía de obras de arte, dirigiendo al espectador hacia ideas bien fijas,

            Ni una sola imagen, ni un gesto, ni un rasgo en alguna de ellas me ha golpeado, me ha llenado de emoción, me ha hurgado dentro, ahora diría si fuese mi propio dueño,

            Ni siquiera el cochinillo de Arévalo,

            Sólo un instante, sí, ha habido un instante, pero no en Arévalo, en Madrigal de las Altas Torres, en la Iglesia de San Nicolás de Bari, ya la tarde caída por el reciente cambio de horario, tras ver desolado el destruido retablo gótico, mirando hacia arriba, hacia donde señalaba otra mujer guía, hoy todo eran mujeres, las guías y los visitantes, con el puntero verde del láser, el magnífico techo mudéjar, lo que pudo haber sido, la pequeña muestra de pintura que resalta la lacería, me he quedado un instante embobado, sorprendido, imaginando


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