
Esos son
sus atractivos, que indudablemente los tiene y muchos más. Pero también defectos:
me es difícil encontrar una novela negra perfecta y que sea capaz de saltarse
los lugares comunes del género. Aquí incluso se toma, en parte, prestada la
trama de la famosa novela de Agatha Christie El asesinato de Rogelio Ackroyd:
el asesinato en un cuarto cerrado por dentro, con la excusa de que el propio
Heydrich era fan de la novelista inglesa. Tarda mucho en entrar en materia,
demasiadas páginas dedicadas a la noche berlinesa, aunque cuando aparece la
trama la lectura vuela. El autor abusa del sarcasmo y de las frases ingeniosas
en las que pretende burlarse de la nueva Alemania o incluso de sí mismo. Muchas
de esas frases, en las que pone toques de humor negro, sobran, no son nada
eficaces, ponen nervioso al lector, al menos a mí. No puedo asociar humor y
nazismo. Hay escenas y actitudes del narrador –el propio comisario Gunther,
desafiante y cínico- que no resultan creíbles: los desenvueltos interrogatorios
a los jerifaltes nazis, sus diálogos mordaces con Heydrick, la idea de que
quiera suicidarse por haber participado en las matanzas del Este ocupado, en
los Einsatzgruppen.
Pero vale
como lectura veraniega que seguro que encanta a los morbosos que se interesan
por las malignas personalidades de las SS.
Aunque al
respecto, Praga y Heydrich, hay lecturas más recomendables, la novela de
Laurent Binet, HHhH, una reconstrucción fidedigna del atentado que acabó
con la vida de Heydrich y la reciente biografía del jefe de la Policía Criminal
y de las SS y planificador de la solución final, por el historiador
inglés Robert Gerwarth, Heydrich. El verdugo de Hitler. "Es la
fascinación del mal absoluto, con mayúscula, igual que Drácula. Heydrich es el
Drácula de los nazis, el Hannibal Lecter de los nazis", asegura Philip Kerr.
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