
El actor
protagonista es el mismo sheriff -aquí
en realidad un agente judicial- de la memorable Deadwood. Pero su cara
de palo de entonces cambia, en esta serie se hace actor. Pero tan buenos, y en
ocasiones mejores que el actor principal, son los secundarios, representando
tramas familiares del pueblo de Kentucky, una violenta congregación religiosa, mujeres
blandas y duras en un medio muy masculino, malhechores. Los personajes no son todos
de una pieza, que los hay, cambian, en ellos se manifiesta el mal y la búsqueda
del bien al mismo tiempo; los temas que aparecen tienen que ver con los de la
vida real aunque exacerbados, distorsionados o, en ocasiones, tolerables al
estómago del espectador; los temas: las relaciones entre padres e hijos
fundamentalmente, pero también el amor y el sexo, el crimen, la delincuencia
relacionada con la droga, la persecución policial, la ley tallada en mármol y
el espíritu de la ley.
A todo eso
se añade la calidad literaria, marca Elmore Leonard, de hecho es, era productor
ejecutivo en la serie: secuencias concisas, sin paja retórica, temas de altura
y unos diálogos, entre el chispazo inteligente, el sarcasmo y el humor negro,
que a veces piden parar el video para volverlos a escuchar. La serie adapta una
obra del escritor, Fire in the hole, (Rylan, Alianza) pero
cambiando cosas para hacerla más televisiva, más punzante.
A partir
del episodio cuarto, como digo, se ha ido superando, recordándome en algunos
momentos a la propia Deadwood –el amigo enemigo de Rylan se parece
bastante al Al Swearengen de esa serie- y en otras a la violencia callejera de The
Wire, mis dos series preferidas. Así que, a ver cuándo me pongo con la
segunda temporada.
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