
Una
mujer en Berlín está escrito por una treintañera anónima berlinesa, en
forma de diario, entre el viernes 29 de abril de 1945 y el viernes 22 de julio
de 1945, en cuadernos escolares y hojas sueltas, los días previos y posteriores
a la batalla de Berlín, así como los centrales de la llegada de las tropas y el
horror, palabra que creo no utiliza ni una sola vez la escritora. A los que
leyeron por primera vez el manuscrito les sorprendió la serenidad, la falta de
truculencia y la libertad de espíritu en la crónica diaria de lo que sucedía en
la ciudad. Leyendo estas confesiones he sentido que estaba leyendo a una mujer
moderna, sin prejuicios, capaz de analizar fríamente, sin sentimentalismo, lo
que les estaba sucediendo, la penuria material y espiritual, las relaciones
entre la gente de los refugios, las violaciones, la capacidad para distinguir
entre rusos y no ponerlos a todos en el mismo saco, la libertad con que
hablaban las mujeres de lo que les sucedía, el humor como arma de
distanciamiento –las mujeres se decían, por ejemplo, "Mejor un ruso en la
barriga que un americano en la cabeza", distinguiendo entre la muerte que
llegaba del aire y las violaciones- y lo
mal que se tomaban los hombres las violaciones. El diario, por ejemplo, acaba
cuando el hombre de la narradora vuelve de la guerra y al cabo de unos días se
va con una excusa porque no es capaz de soportar lo que a ella le ha sucedido.
Es fácil
empatizar con esta mujer anónima tan inteligente y cosmopolita, que padeció
como la que más de los abusos, tan capaz de analizar lo macro y lo micro, la
derrota de los alemanes como pueblo, la responsabilidad de los líderes nazis, a
los que menciona pero sin detenerse demasiado en ellos, porque lo que le
importa y en lo que se detiene su escritura es la vida cotidiana de la ciudad
sitiada y bombardeada, sin agua, sin gas, sin luz, las bombas que destruyen
edificios y matan, los entierros improvisados en los jardines adyacentes y
luego la barbarie y la paulatina normalización tras la capitulación. Habla de
sus vecinos y de sus vecinas, de sus vicisitudes, de su dolor, de sus
conversaciones con mujeres jóvenes y viejas, en las que siempre sale lo que a
cada una de ellas les ha sucedido con los rusos –primero violentos, pura fuerza
bruta, luego más contemporizadores buscando llegar a un pacto con ellas: "Cama
por comida" o "cama por protección"-, porque todas necesitaban
contarlo. Las obras de los historiadores profesionales, en general, hablan de
lo macro, pocas veces describen el sufrimiento del hombre común. Este libro es
una obra maestra.
El
epiloguista y primer editor de este libro, C. W. Ceram (Kurt W. Marek), voz del
hombre de su tiempo, menos moderno que la autora, es capaz de plantear esta
pregunta: “¿podría haberse comportado la autora de manera diferente en esta o
en aquella situación?”, como si fuese necesario justificar su comportamiento.
Escribe:
“No sólo
eran hombres quienes me las transmitían, sino también mujeres y chicas jóvenes,
con unas ganas tan desaforadas de contarlo todo que yo habría reaccionado
exactamente igual que el amigo que regresa a casa, mencionado hacia el final
del libro, si no hubiera tenido yo mismo ocasiones más que suficientes para
presenciar y conocer en otros escenarios la fuerza liberadora de la confesión”.
El libro
fue publicado primero en inglés y sólo en alemán cinco años más tarde por una
pequeña editorial ginebrina. Hubo poco eco en Alemania, un crítico que lo reseñó
lamentó “la desvergonzada inmoralidad de la autora”. Sólo en 2003 Hans Magnus
Enzensberger puso realizar una edición en la propia Alemania.
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