
Sobre el
escueto escenario, salpicado por arbustos y un árbol secos, se mueven los
cuatro personajes de Becket, con la breve presencia del muchacho que se
presenta al final de cada día, con sus esperanzas frustradas y sus cargas de
inhumanidad. A veces se arrastran lentamente y otra en movimientos desaforados,
casi violentos, para establecer los ritmos de la obra. Unas veces maltratándose
o insultándose y otras buscando el calor entre ellos, unas exponiendo su
desolación y otras sus humoradas o sus burlas, pero todos atrapados en un
destino inexorable que no detendrá el Godot que el muchacho anuncia que no
vendrá, al menos en esta jornada.
Creo que la
opción de subrayar la parte cómica, que provoca más la sonrisa que la risa, no
alivia la pesada carga de la desesperación de los personajes. El espectador no
se siente cómodo con esa risa y además humaniza el texto, es decir, lo hace más
creíble. Los actores están muy bien y la dinámica de la acción, como decía,
hace que el texto pase bien, que la segunda parte, al contrario de lo que me ha
ocurrido en otras versiones, no se haga pesada.
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