lunes, 23 de julio de 2012

"Somos", una ficción muy cara



         Desde la perspectiva de cien años después es fácil comprender cómo funcionaba el caciquismo, fácil entender que era un sistema corrupto y fácil predecir que acabaría en fracaso o en ruina o en tragedia.

            No es fácil desmontar las ficciones, sobre todo si son satisfactorias y nos añaden un centímetro más de altura. Ni siquiera cuando vemos lo onerosas que son, ni siquiera cuando nos dicen que generan sistemas de corrupción material y moral. Sólo cuando la ruina nos afecta directamente: porque perdemos nuestro puesto de trabajo, porque se aminora nuestro poder de compra, porque el futuro es una pared negra contra la que chocamos de pronto, podemos empezar a entender. Y aún.

            Los reyes del mambo nos lo han hecho creer: SOMOS. A cualquier hijo de vecino no le gusta que le digan que sólo es un hombre viviendo. Nada más. Y un hombre con los días contados. Cualquiera que haya enmascarado esa realidad con algo de gracia ha tenido fortuna. “Tendréis otra oportunidad después de la muerte, no seáis tontos”. “Seguidme, el futuro está detrás de la esquina”. A pesar de que las promesas cada vez son más paupérrimas el afán de cualquiera es creer en ese centímetro de más: “Dame tu dinero, que te lo devolveré con un 10% de más”. “La casa de tus sueños a cambio de cuarenta años de tu vida laboral”. Ya veis, ni casa, ni vida laboral.

            Los reyes del mambo han creado un enorme aparato de propaganda para alimentar la ficción. SOMOS. ¿Qué?, ¿qué somos? Es igual: españoles, madridistas, masones, islamistas, catalanes, vascos. Por el mismo precio, es decir, a un alto coste, se podía ser riojanos o beticistas, cántabros e incluso miembros del submarino amarillo. Incluso podías afirmar con orgullo que tus ahorros estaban a buen recaudo en la Caixa o en Caja del Mediterráneo. Un orgullo.

            Fijaos cómo los reyes del mambo lo están desmontado todo, algunas cosas lentamente, otras de un día para otro. Nos echan del trabajo o no nos admiten, pero insisten en que paguemos la hipoteca. Todo nos cuesta más caro. Ojo, ¿cuándo se apoderarán de nuestros ahorros, si no lo han hecho ya?

            Son muy sutiles. Cuando nos han integrado en el maravilloso y exclusivo club del SOMOS, nos han hecho creer que era sin coste: Maragall saltando con su abrigo largo, en Montjuich, a cambio de nada; el colorido y resultón MUSAC de León a cambio de nada; el aeropuerto de Ciudad Real, el ave a Sevilla, las embajadas de Carod Rovira, los cientos de empleados públicos andaluces, a cambio de nada. SOMOS.

            Bien, todo lo están desmantelando. ¿Todo? No, los reyes del mambo siguen ahí, sus familiares, amigos y conocidos -todo el mundo ha pasado por el ayuntamiento de su pueblo o de su ciudad y ha visto-, sus empresas, sus edificios nuevos de trinca, sus despachos amueblados al gusto, siguen ahí. Es decir, los caciques. ¿Por qué nos ha costado tanto tiempo comprender que este es un sistema igual que aquel, el de comienzos del siglo XX, el del caciquismo?

           Por comparación los reyes del mambo son peores, aunque más sutiles -para algo tienen un inflado cuerpo de asesores detrás-, que los caciques de hace un siglo: entonces ofrecían trabajo, algún dinerillo o librar al hijo de la quinta a cambio del voto; ahora ofrecen pertenencia. SOMOS. Por lo demás, el turnismo es idéntico, dos partidos que se alternan, aunque los nacionalistas o la casta regional ha ganado en tamaño.

            SOMOS. Pero los reyes del mambo no serían nada sin su aparato de propaganda. Es lo último que desmantelarán, si lo hacen, su línea roja, casus belli. ¿Cuántos canales de televisión tienen los dueños de la patria catalana?, ¿a cuántos correligionarios había colocado el señor Camps en la televisión valenciana?  ¿Cuánta gente ve el canal en euskera de la Euskal Irrati Telebista?


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