Desde la perspectiva de cien años después es fácil comprender cómo funcionaba el caciquismo, fácil entender que era un sistema corrupto y fácil predecir que acabaría en fracaso o en ruina o en tragedia.
No es
fácil desmontar las ficciones, sobre todo si son satisfactorias y nos añaden un
centímetro más de altura. Ni siquiera cuando vemos lo onerosas que son, ni
siquiera cuando nos dicen que generan sistemas de corrupción material y moral. Sólo
cuando la ruina nos afecta directamente: porque perdemos nuestro puesto de
trabajo, porque se aminora nuestro poder de compra, porque el futuro es una
pared negra contra la que chocamos de pronto, podemos empezar a entender. Y aún.
Los reyes
del mambo nos lo han hecho creer: SOMOS. A cualquier hijo de vecino no le gusta
que le digan que sólo es un hombre viviendo. Nada más. Y un hombre con los días
contados. Cualquiera que haya enmascarado esa realidad con algo de gracia ha
tenido fortuna. “Tendréis otra oportunidad después de la muerte, no seáis
tontos”. “Seguidme, el futuro está detrás de la esquina”. A pesar de que las
promesas cada vez son más paupérrimas el afán de cualquiera es creer en ese centímetro de más: “Dame tu dinero, que te lo devolveré con un
10% de más”. “La casa de tus sueños a cambio de cuarenta años de tu vida laboral”.
Ya veis, ni casa, ni vida laboral.
Los reyes
del mambo han creado un enorme aparato de propaganda para alimentar la ficción.
SOMOS. ¿Qué?, ¿qué somos? Es igual: españoles, madridistas, masones,
islamistas, catalanes, vascos. Por el mismo precio, es decir, a un alto coste,
se podía ser riojanos o beticistas, cántabros e incluso miembros del submarino
amarillo. Incluso podías afirmar con orgullo que tus ahorros estaban a buen recaudo
en la Caixa o
en Caja del Mediterráneo. Un orgullo.
Fijaos cómo
los reyes del mambo lo están desmontado todo, algunas cosas lentamente, otras
de un día para otro. Nos echan del trabajo o no nos admiten, pero insisten en
que paguemos la hipoteca. Todo nos cuesta más caro. Ojo, ¿cuándo se apoderarán
de nuestros ahorros, si no lo han hecho ya?
Son muy
sutiles. Cuando nos han integrado en el maravilloso y exclusivo club del SOMOS,
nos han hecho creer que era sin coste: Maragall saltando con su abrigo largo,
en Montjuich, a cambio de nada; el colorido y resultón MUSAC de León a cambio
de nada; el aeropuerto de Ciudad Real, el ave a Sevilla, las embajadas de Carod
Rovira, los cientos de empleados públicos andaluces, a cambio de nada. SOMOS.
Bien, todo
lo están desmantelando. ¿Todo? No, los reyes del mambo siguen ahí, sus
familiares, amigos y conocidos -todo el mundo ha pasado por el ayuntamiento de
su pueblo o de su ciudad y ha visto-, sus empresas, sus edificios nuevos de
trinca, sus despachos amueblados al gusto, siguen ahí. Es decir, los caciques. ¿Por qué
nos ha costado tanto tiempo comprender que este es un sistema igual que aquel,
el de comienzos del siglo XX, el del caciquismo?
Por comparación los reyes del mambo son peores, aunque más sutiles -para algo tienen un inflado cuerpo de asesores detrás-, que los caciques de hace un siglo: entonces ofrecían trabajo, algún dinerillo o librar al hijo de la quinta a cambio del voto; ahora ofrecen pertenencia. SOMOS. Por lo demás, el turnismo es idéntico, dos partidos que se alternan, aunque los nacionalistas o la casta regional ha ganado en tamaño.
SOMOS. Pero
los reyes del mambo no serían nada sin su aparato de propaganda. Es lo último
que desmantelarán, si lo hacen, su línea roja, casus belli. ¿Cuántos
canales de televisión tienen los dueños de la patria catalana?, ¿a cuántos correligionarios había colocado el señor Camps en la televisión valenciana? ¿Cuánta gente ve
el canal en euskera de la
Euskal Irrati Telebista?


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