jueves, 23 de febrero de 2012

Straw Dogs


Toda época tiene derecho a actualizar sus clásicos, sobre todo si no es capaz de generar los suyos propios. Lo hace el teatro con las versiones que acomete de vez en cuando, añadiendo a los dramas o las comedias del pasado la estética, la tecnología y los cambios en la conciencia. Lo hace la literatura ofreciendo versiones de los cásicos en otras lenguas, un Homero, un Virgilio, un Dante, aunque no lo puede, hacer por el peso insoportable de la tradición, con los clásicos propios, los de su propia lengua. Un francés, un inglés, un chino pueden disfrutar con una nueva traducción de El Quijote, pero es pecado de lesa literatura versionar un Quijote para el siglo XXI en español.

Con el cine es más difícil de hacer, es un arte contemporáneo, nacido con una tecnología y una estética contemporánea, por eso las versiones, los remakes, suelen fracasar casi todos, porque no ha pasado el tiempo suficiente como para superar a alguien que por habernos hecho ver algo nuevo se ha convertido en clásico. El último remake, este Straw dogs (2011) al que le falta casi todo lo que tenía el original de Sam Peckinpah: actores, tensión, dirección, credibilidad. Y falla sobre todo porque el espectador está ausente de la película. El arte descubrió hace mucho, pensemos en las Meninas, que además del autor y la obra el tercer vértice es el contemplador, al que de algún modo se ha de integrar en la obra de arte. En la película de Peckinpah (1971), el espectador se sentía turbado por Susan George, se identificaba, incómodo, con Dustin Hoffman, cosa que no ocurre en esta Straw Dogs de Rod Lurie, donde el cartucho de palomitas no molesta en absoluto para seguir la distendida trama. No hay puentes entre la pantalla y las butacas, no nos concierne lo que les pasa a los personajes, vemos una película para adolescentes, donde el brillo formal sustituye al desarrollo creíble de los temas, la seducción, la cobardía, la fuerza del instinto, la violencia y sus límites.

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