viernes, 2 de septiembre de 2011



Sigue diciendo Christopher Hitchens ( Hitch-22):

Una vez hablé con una superviviente del genocidio de Ruanda, y me dijo que no quedaba nadie sobre la faz de la tierra, amigo o pariente, que supiese quién era ella. Nadie que recordara su infancia y sus primeras travesuras y las tradiciones familiares; ningún hermano o compañero del alma que pudiera provocarle sobre ese primer romance; ningún amanteo compañero con quien compartir reucerdos. Todos sus cumpleaños, resultados de exámenes, enfermedades, amistades, parentescos, habían desaparecido. Siguió viviendo, pero con una tabula rasa como diario y calendario y cuaderno de notas. Piendo en eso cada vez que oigo la ambición inmadura de “empezar de nuevo” o “renacer”: ¿realmente quienes hablan así desean de verdad que se borre la pizarra? El genocidio no sólo significa el asesinato masivo, hasta la exterminación, sino la obliteración masiva hasta el límite de la extinción.

O esta cita de “Símbolos y señales”, de Nabokov:

La tía Rosa, una anciana quisquillosa, angulosa, de ojos de loca,  que había vivido en un trémulo mundo de malas noticias, bancarrotas, accidentes de tren, tumores cancerosos,  hasta que los alemanes la llevaron a la muerte, junto a toda la gente por la que se había preocupado.

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