domingo, 28 de agosto de 2011

Con retrovisor


Es tarde para desandar el camino y cambiar las decisiones. El tiempo es una flecha. Sólo queda asumir lo que hicimos o dijimos, de nada vale arrepentirnos, eso no aminora el veneno de la culpa. Tampoco se puede reparar el daño que causamos al decir o hacer algo que para nosotros no tenía mayor importancia pero que fue recibido con una fuerza que nos sorprende cuando lo descubrimos posteriormente. El pasado nos abruma porque no podemos volver a recomponerlo. Según Kierkegaard, estamos condenados a vivir hacia adelante y revisar hacia atrás. Estamos convencidos de que el mal que nos atenaza tendría solución si pusiésemos rehacer o doblar o conculcar una decisión que tomamos ofuscados o determinados por circunstancias que no controlábamos. Vemos el pasado en general como una pesada losa que no podemos levantar, que es superior a nuestras fuerzas presentes. Probablemente esa sea una excusa para postergar las decisiones nuevas, lo que el presente espera de nosotros, para apartar lo que se nos exige con urgencia, pues si para aliviar el dolor o la angustia o el malestar debemos actuar o seguir diciendo cosas que nos cuesta enunciar, por otro lado tememos que lo que ahora hagamos sea una equivocación más, fuente de renovado dolor.

Todo día es hermoso cuando amanece, pero no siempre dejamos que crezca. A veces el mal ánimo del día anterior no ha muerto del todo y se conjura para que no prospere el contento que a cada nuevo día le es debido. Encontramos un lúgubre contento en nadar en las brumas venenosas que nos afligieron el día anterior. Y sin embargo no es difícil abrir las ventanas de par en par para que en estampida irrumpa el viento, dejando paso a la luz. El regodeo en el tormento nos embota y nos transforma en zombies.

No hay comentarios: