jueves, 29 de septiembre de 2011

“Leer es un placer más grandes que el placer de comer”



Frases gratuitas que se lanzan al aire sin coste. Forman parte del ruido ambiente, como el cric, crac, croc antiguo de las emisoras de radio. Es decir, basura contaminante. Por ejemplo: Leer es un placer más grande que el placer de comer. Pura tontería. Sólo alguien ahíto o tomado por la religión de la lectura la puede formular. Hay un montón de libros desaconsejables, millones de personas más o menos felices que en su vida han leído un libro y otro montón de placeres superiores a la lectura.
A fuerza de hacer frases con eco inmediato en los titulares, el que las emite acaba por creer que son más fieles a la realidad que la realidad misma. Es lo que les sucede a estos articulistas:

Uno que confunde las series de televisión con la vida misma. En este largo artículo, La vida en serie, el autor realiza unas cuantas afirmaciones peregrinas, sin el menor pudor estadístico. Es una desgracia que en España se otorgue a la ocurrencia, en las llamadas ciencias humanísticas, mayor valor probatorio que al arduo trabajo con largas series de datos –millones de datos, imposibles de analizar por una persona sola y que hay que entregar a la máquina-, a lo cualitativo más valor que a lo cuantitativo. Sus análisis son mera astrología, parecen verosímiles pero están a cien kilómetros de la verdad. Del triunfo de las series americanas: Mad Men, The wire, los Soprano, deduce el autor, Enrique Lynch, la soledad del hombre contemporáneo y una nueva intimidad basada en su potencial mimético, una suerte de reeducación universal que nos estaría volviendo tontos, tristes y gilipollas, que nos sacaría del mundo real para vivir a second life, dice, una vida de ficción. Habría que preguntarle a este buen hombre que asegura que no hay vida verdadera en el hombre actual, en qué consistiría tal vida verdadera.

Algo parecido hace este otro sociólogo, interpretando –elaborando hipótesis en el aire- a los llamados “indignados”, quienes, según él, recorrerían el camino inverso que proponía el anterior autor: de la vida de ficción de las redes sociales a la calle, para convertir en acontecimiento su malestar. Y más que eso, mezclando sucesos tan disímiles de este verano, como los asaltos de los jóvenes británicos, la beatífica reacción de los japoneses ante Fukushima, las velas encendidas frente a la locura homicida del noruego o los sucesos post Katrina en Nueva Orleans, unos veranos atrás, deduce la maldad intrínseca del modelo neoliberal, tan poco igualitario, frente al modélico igualitarismo de la sociedad japonesa o europea. La magnitud de las protestas de los “indignados”, su enrabietada violencia, estaría en relación con la desigualdad social. En fin, solo habría que mentarle al autor, Grecia y sus jóvenes, o bien, decirle que espere unos meses para que vea qué es lo que va a suceder en España.

Aunque, lo más probable, es que todo se reduzca a hacer pasar por frío análisis el rancio olor a sobaco del prejuicio ideológico, que queda a las claras cuando el autor se deja de florituras y afirma contundente algo así como que los de izquierdas nos negamos a quedar atrapados en el economicismo de la derecha que quiere volver a legitimar el franquismo, que la crisis es un invento neoliberal y la ruina una ilusión, que España entera era feminicida y machista antes de ZP, que los jueces son anticatalanes y que ETA está por la labor. Todo en uno, aquí.

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