viernes, 30 de septiembre de 2011

Fred Vargas, El hombre del revés


            Es una lástima que Fred Vargas, es decir la señora o señorita, nacida francesa en el 57, que firma como tal, no haya dado el paso de ganapán a escritora. La diferencia entre un ganapán y un escritor es más o menos la que hay entre un albañil y un arquitecto. Hay buenos albañiles claro está pero normalmente uno no se detiene ante una pared para admirar su maestría. Fred Vargas sabe escribir, es decir, sería una buena albañil, y tiene buenas ideas sobre lo que hay que poner en una historia para hacerla no sólo atractiva sino admirable, es decir podría ser una buena arquitecta. No entiendo por qué no da el paso. La mayor parte de los arquitectos que se dedican a ganar dinero lo hacen porque sus ideas son muy cortas, tan penosas que sólo alcanzan a complacer a sus clientes, es decir, a sus lectores. Por supuesto hay buenos arquitectos a los que les importa más la hechura hermosa de un edificio que ganar dinero, aunque en estos tiempos inflados o exinflados es difícil diferenciar.

            Si no he dejado la lectura, en una u otra sentada, ha sido por esas ideas, buenas descripciones de personajes, saltos en la acción, situaciones insólitas o inesperadas. Ha sido una lectura tensionada entre el aburrimiento de los lugares comunes –toda novela de género, como cualquier discusión de bar, está llena de insufribles repeticiones, de cosas oídas o leídas mil veces- y la novedad del ingenio. Por tanto no hay que alabar a Fred Vargas, sino denigrarla, por derrochar su valía, en esta cosa –me tengo que levantar del teclado para ver cómo se titula-, El hombre del revés. Parece que la novela se inscribe en una serie dedicada a un comisario Adamsberg, cuyo atractivo como detective no me ha alcanzado, y que la preocupación mayor de la autora es escribir escenas y personajes pintureros que den bien en una peli o en una serie de televisión. La cosa va de ovejas degolladas, de homicidios de algunos hombres y de un hombre lobo que se ha puesto a actuar en el macizo del Mercantour. Si no fuera por algún rasgo de ingenio, las grandes tiradas dialogadas que encarrilan la lectura y algo de suspense, la lectura sería aburrida, muy aburrida, ni siquiera el final sorpresivo, pero menos, propio del género, la salva. En fin, tiempo perdido.

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