viernes, 10 de junio de 2011

Mester de clerecía

Este libro que cogí al azar -me suelo mover por impulsos en mis lecturas-, me tiene intrigado y cabreado. Me llamó la atención la asociación que establece entre las catedrales góticas y la cuaderna vía, el tipo de estrofa utilizada en el siglo XIII por el mester de clerecía. Leí las primeras páginas donde, al modo de Slavoj Žižek, mezcla imágenes populares y código culto. Recoge una cita que habla de una mirada en una fotografía: “De sus ojos salió una mirada de febril excitación”. La mirada de Ramón Menéndez Pidal, emocionado ante el Cid que revive Charlton Heston en la famosa película. O relaciona el Empire State con la catedral de Burgos. Intrigado me lo traje para casa. Pero después de muchas páginas no lograba descubrir de qué iba la cosa. El autor me estimulaba el apetito con referencias librescas, análisis de la portada del Sarmental y el cuento de cómo se construyó el edificio neoyorquino en medio de la crisis del 29. El autor se gusta con una escritura ágil y bien engarzada y con aparente dominio de lo que aquí y allá va espigando. Alardea de que pudiendo mostrar una gran panorámica, va a reducir su objeto a través de un enfocadísimo zoom. Y de nuevo se detiene en la metáfora. Una cita, que recoge de Juan de Salisbury, y éste de “Bernard de Chartres [que] decía que somos como enanos a hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no porque seamos más altos, sino porque nos llevan a su gran altura”. Es decir, se demora y se demora. Bien, pero cuál era ese objeto.

Tardé en dar con el tema del ensayo, pero quien persiste obtiene premio: la cosa iba del mester de clerecía y su “fablar curso rimado por la cuaderna vía”. Seguí leyendo y aun me costó saber qué quería demostrar. Para empezar  dedica un montón de páginas a decir que los Libros de Apolonio y de Aleixandre, el Poema de Fernán González, el Libro del buen amor y las Poesías de Gonzalo de Berceo, el corpus del mester de clerecía, situados en el siglo XIII, el siglo de las catedrales góticas castellanas, no son “literatura medieval española”, a ninguno de los tres conceptos pertenecerían, aunque el autor no deje de hablar de cada uno de las tres.

Cuando por fin entra en materia, terciada la lectura, he podido enterarme de que lo que el autor sostiene es que el mundo de quienes escribieron esos libros era muy diferente del nuestro, que no tenían conciencia de hacer literatura ni de ser autores y que por tanto no debemos referirnos a ellos como escritores, sino como glosadores, porque para ellos el mundo era perfecto y su escritura no era más que espejo de la Escritura inspirada por Dios –la Biblia y libros sagrados- o de la Escritura del libro de la Naturaleza, obra ella misma del propio Dios. Los autores de esos libros hicieron una lectura sacramental del universo. “Narrar es glosar los signos mediante los cuales la historia terrenal va corroborando los designios de la Historia Sacra”. Disponer ordenadamente la escritura en cuaderna vía significa, según el autor, hacer presente que bajo su apariencia mudable el mundo tiene un orden que sólo Dios ha podido establecer. Y así, del mismo modo que en la portada o en la planta de la catedral gótica, en las tres naves, se alegoriza la Trinidad, en las siete sílabas de cada hemistiquio del alejandrino se reflejan, de igual modo, en las tres primeras la misma Trinidad y en las otras cuatro el mundo material –los cuatro puntos cardinales o los cuatro elementos-, siendo el siete (3+4) la cifra donde confluyen lo material y lo espiritual. Y que sin embargo, a pesar de ser glosadores, no por ello su obra deja de ser magnífica, tan extraordinaria como las propias catedrales del XIII y la cuaderna vía, pues, una catedral en verso.

Acabada la lectura, me pregunto, ¿es que no sabíamos todo eso ya?, ¿es que hacía falta volverlo a repetir? Reconozco que el libro es ameno, que por momentos me ha divertido, que su gran erudición no siempre aparece como un pegote, pero me ha cabreado esperar durante tantas páginas para saber lo que parece de dominio general: que aquellos libros no se concibieron como obras literarias, que la autoría no era un valor, que eran comentaristas o glosadores del Libro y que “el orden de la creación se conoce en el orden de la escritura que se glosa” y que aquella escriptura era una traslación de la verdad de la Escritura.


4 comentarios:

Juan García Única dijo...

Gracias por leer el libro, en cualquier caso.
Con no haberle hecho a usted sufrir demasiado ya me doy por satisfecho, pues espero que al menos me concederá que casar la amenidad con la materia de la que trata mi libro no es tarea fácil. Y sí, me ha calado: a un servidor le gusta demorarse y tomarse su tiempo para hablar de las cosas que merecen la pena.
Celebro que sean de dominio público las cosas que yo sé, algo en lo que no había reparado. Pero hacía falta que alguien las aplicase a ese tema concreto.
Saludos desde Granada.

Toni Santillán dijo...

No he sufrido, he disfrutado con la lectura, como creo haber dicho y, sí, le concedo la amenidad en una materia que no parece dar facilidades.

Juan García Única dijo...

Yo simplemente le agradezco mucho la nota sobre el libro. Y lo felicito por este blog.

Toni Santillán dijo...

Gracias. Quedo a la espera de su próximo libro.