martes, 22 de febrero de 2011

Juventud y democracia


Jóvenes Los jóvenes norteafricanos en paro, mejor formados que nunca, incitados al consumo, ante el espejismo de occidente. Satrapías, monarquías religiosas, dictaduras militares, pseudodemocracias ostentando una riqueza desmesurada que se niegan a distribuir entre la población. No es cierto que nadie lo hubiese anunciando. Los demógrafos habían hablado, también los sociólogos. Los únicos que se negaban a verlo, aparte los sátrapas, era la casta política de los países de la ribera norte del Mediterráneo, por interés propio. Confraternizaban con ellos en la Internacional Socialista, en los Foros Económicos de postín, como Davos; firmaban con ellos enormes contratos con suculentas comisiones. Después de Lockerbie siguieron estrechando la mano sangrienta de Gadafi como si tal cosa. El maná del petróleo y del gas. ¿Alguna vez se interesaron sinceramente por los pueblos árabes? La asociación terrorismo islámico y pueblos árabes era la llave que cerraba todas las puertas en sus conciliábulos secretos. No había nada que cambiar.

Ya tenemos dos baldones sobre las espaldas de nuestros políticos: su ineptitud ante la crisis económica y el apoyo a esas satrapías. A lo que habría que añadir la corrupción que no cesa y su sentido patrimonial del poder. Andalucía es el cortijo del PSOE; Castilla es propiedad de la derecha desde tiempo inmemorial; Cataluña es de los nacionalistas; Valencia de Camps; Valladolid de León de la Riva. Y España del PSOE y del PP.

¿La juventud española seguirá dejándose alienar con los juguetitos recién descubiertos: el móvil, Facebook, Tuenti, el botellón, como sus padres con el fútbol y sus madres con Telecinco -vade retro? España tiene la tasa de paro más alta de la Unión Europea para menores de 25 años: algo más del 40%. Qué pasará cuando despierten de su amargo sueño. ¿De qué futuro serán ciudadanos? ¿Tienen algo que ver nuestros jóvenes con los jóvenes que se rebelan hasta la muerte contra Gadafi?

El sociólogo Enrique Gil Calvo encuentra cinco rasgos comunes entre las dos riberas:
1) la población no se siente en absoluto representada por una clase política que se comporta como una casta predatoria o parasitaria;
2) el poder siempre se ejerce en beneficio privado de sus redes clientelares con excluyente sectarismo; 
3) los niveles de flagrante corrupción política son ciertamente escandalosos dada su patente impunidad;
4) no existe imperio de la ley ni cultura de la legalidad porque la justicia está politizada y subordinada al poder político;
y 5) las instituciones carecen de autoridad legítima porque el poder siempre está personalizado a escala tanto estatal (presidencialismo) como local (caciquismo).

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