lunes, 23 de agosto de 2010
Canadá VIII
La otra cara de Montreal es el regalo de los días veraniegos: acción, movimiento, vida mediterránea que se maneja en los dos idiomas de uso común, pero donde el libre discurrir privado habla mil lenguas. Es la vida del downtown, por entre los rascacielos de vidrio, no más altos que el cercano Mont Royal como norma, pero también de los barrios étnicos que se van descubriendo al pasear: el barrio chino, el portugués, el latinoamericano, el griego; un centro de plazas duras que apenas sirven para pasear por ellas, donde el mundo oficial despliega su propaganda -centros de arte y cultura, bibliotecas y moderneces sin sustancia- y unos barrios crecidos por el aluvión de gentes que van llegando, que conservan las plazas verdes, con árboles y fuentes, junto al lujo de la vida disparada.
Aún así sorprende en esta parte del mundo la pobreza visible, incluso descarada: los pobres no esperan inmóviles la dádiva ante la puerta de la iglesia, aquí salen al paso y exigen su parte, jóvenes más o menos aseados, algunos adultos, pocas mujeres. No parece que estén dominados por la humillación. Uno he visto, delgado, pero correctamente vestido y limpio, que rescataba de las papeleras vasos con zumo o granizado y se los bebía o se sentaba en el banco de la plaza a que alguien dejase su bote de helado a medio terminar y lo arrojase.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario