domingo, 12 de octubre de 2008

Tiefland y La desconocida: dos tiempos, dos visiones de la mujer

Acabo de ver en un corto intervalo la Terra Baixa pasada por el filtro de la ópera alemana de comienzos del XX, Tiefland, y una película italiana, representativa, en algún aspecto, de los comienzos del XXI, La desconocida. Ninguna de las dos obras son, desde mi punto de vista, obras maestras. El asunto principal está adherido a tanta ganga que pierde casi toda la fuerza del impulso inicial y de la tensión dramática. Lo que me interesa de las dos es el tratamiento que en ambas se da a la mujer. En la primera, la mujer ha de casarse con un bruto pastor de la montaña por exigencias de su despótico amante, para mantenerla como tal y que él poder solucionar sus problemas económicos mediante el matrimonio con una rica heredera. En la peli, la mujer escapa de las garras del proxenetismo, pero tiene que solventar una pesada deuda con un mafioso. Para el Guimerà original de Terra Baixa, y para los autores del libreto de Tiefland, la liberación de la mujer sólo puede venir del hombre. Un hombre puro que baja de la montaña incontaminada a la Tierra Baja, donde las pasiones humanas, el poder, el sexo, el miedo, tratan de confundirlo. La fuerza bruta, el instinto, bondadoso a lo Rousseau, del Manelic/Pedro consigue dominar la perversión de la ciudad podrida. El conflicto lo resuelve la sangre. Tierra, sangre, pureza incontaminada, he ahí la tríada en el que se forjó el nacionalismo romántico. No sólo a los autores de Tiefland atrajo la obra de Angel Guimerà, también a Leni Riefensthal, la directora del nazismo, cuya primera obra lleva el mismo título.

También la obra de Giusepe Tornatore tiene fuerza dramática. Confeccinada como un thriller, una mujer de origen ucraniano esclavizada en las redes del proxenetismo mafioso consigue escapar.  Lo que le mueve en su huida es conseguir el dinero para saldar su deuda y acercarse a su hija, dada en adopción ilegal a una rica familia italiana. La heroina de Tornatore se mueve sola, atendiendo a la retórica feminista el hombre de Guimerà ha desaparecido de escena o es un criminal. La ganga que enturbia la exposición y resolución del drama no es ya la pureza de la momtaña sino el impulso emocional en busca de la identidad femenina forjada por contraposición al hombre. Montaña/ciudad, mujer/hombre son los dos polos de la reórica dialéctica, tiempos distintos, ideologías distintas, allí donde los autores diluyen su fuerza creativa, miradas igualmente falsas sobre la realidad.

Las dos obras tienen fuerza, tensión, el drama atrapa al espectador, pero las dos se ven lastradas por igual por esa retórica subyacente. La ganga religiosa de Manelic/Pedro y la ganga feminista de la mujer humillada que desconfía del hombre, en el caso de Tortatore. Además las dos puestas en escena, un incompresible escenario de cachivaches electrónicos en el Liceo y un montaje espeso, con interpolaciones y flash backs que confunden al espectador, un barroquismo, quizá propio del tiempo, de este tiempo que se acaba, que pretende sorprender, pero cuyo efecto es el contrario. En cuanto al placer estético, uno recordará la música de Eugen d'Albert -¿quién podría haber supuesto una música tan bella?- y la hermosísima voz y presencia escénica de Peter Seiffert, en la ópera, como la interpretación angustiante, sin una pausa para el humor y la tranquilidad, de Kseniya Rappoport, la protagonista de la Desconocida.


2 comentarios:

Puigmalet dijo...

Ahir vaig anar al Liceu.

L'òpera segueix la mateixa dinàmica que el teatre. Fer adaptacions "futuristes" (en molts sentits del terme) dels clàssics. I com et va passar a tu, això bàsicament et distreu del missatge original. M'agraden molt les obres contemporànies i m'agraden les de temps passat. Però aquests embolcalls de modernitat (sovint simplistes) confio que ben aviat passaran de moda.

Toni Santillán dijo...

Creo que el barroquismo escenográfico -tecnológico, montaje, vestuario, interpretación...- tiene los días contados.