sábado, 18 de octubre de 2008

Quemar después de leer

La última de los Coen es una peli simpática, alegre y dicharachera. Sirve para pasar un buen rato. La trama funciona como el mcguffin de las películas de Hitcock, pero llevado al extremo de la inconsistencia. Es una burla de las películas enredadas, de las películas de espías con agentes de la cía y de las tramas complejas.

El disco de datos que encuentran una pareja de pirados, empleados de un gimnasio, no tiene ningún valor y los personajes que se entrelazan a partir de ese asunto exhiben unas vidas igual de banales: follar con quien puedas, correr por los barrios residenciales, cambiar de pareja, trabajar sin más. Es decir, la vida cotidiana del común. El único personaje que tiene un objetivo preciso es una empleada de gimanasio que quiere hacerse cuatro operaciones de cirugía estética. La propia cía que se ve implicada en la chapuza no sabe de qué va la cosa, ni, probablemente, en qué consista su propio trabajo.

Como todo es un disparate, los actores -ricos y famosos- se ven impelidos a interpretar personajes igualmente disparatados, paródicos, caricaturescos. Ahí está el juego y la diversión de la película. A mi lado, una espectadora excitada rió toda la sesión, con tambor y platillos, cada una de las gracias, expresiones y exposiones en plano de Brad Pitt, que no es precisamente el actor más dotado de la función. Él y Goerge Clooney no hacen más que poner su careto y sonreír. Las composiciones más divertidas corren a cargo de otros actores de menor nombradía: Tilda Swinton, Richard Jenkins, J.K. Simmons, Frances McDormand. John Malkovich sale lo justo para no resultar insoportable, su caricatura, entre el llanto de un niño malcriado y un napoleón de psiquiátrico, no tiene parangón en la historia de la interpretación. Los Coen han cogido carrerilla y son capaces de enfrentarse a cualquier guión -siempre que rehuya el drama y la comlejidad- y hacer una película resultona y taquillera.

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