
¿Por qué me incomodan tanto estas preciosistas fotografías de premio? Miro los cuadros de los grandes pintores del pasado, por ejemplo el retrato del enano Don Sebastián de Morra pintado por Velázquez hacia 1645, y no me sucede lo mismo. Arriesgo una hipótesis: los pintores del pasado desaparecían detrás de su pintura, los fotógrafos del presente anteponen su firma. Los pintados mantenían su dignidad intacta, los fotografiados actuales están cosificados, meros objetos de intercambio para beneficio del artista. Se ve con claridad en esta impúdica exhibición:
"Yo me expongo a riesgos, me han disparado, aún tengo metralla en la cabeza de un misil que explotó a pocos metros el año pasado en Líbano. Me adentro en un territorio humano extremo en el que me expongo al sufrimiento de las personas de forma consciente. Pero no soy un turista de la guerra".
Es evidente que cuando hace esta afirmación no es consciente de lo que dice: "El acto de fotografiar es un acto de violencia sobre el otro, pero también sobre mí mismo. Pulsar el disparador no es gratuito para mí. Me debo convencer de que debo hacerlo".
Lo que peor llevo es que los artistas se pongan a explicar su obra. Ese discurso en general pomposo y banal suele hacer estragos en sus manos.
Sólo un fotógrafo mudo, como lo fueron los grandes maestros del pasado, podría convivir con la decencia.
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