domingo, 15 de abril de 2007

El Holandés errante

Aún me pregunto si sentía algo mientras veía en el Liceu El Holandés errante. La historia podría ser interesante. Una antigua leyenda nórdica recogida por Heinrich Heine y que a través de éste llega a Wagner. Un buque fantasma navega dando tumbos por el mar fruto de una maldición. Sólo podrá liberarse de ella cuando una mujer se comprometa con su capitán y le demuestre fidelidad eterna. El pobre capitán llega a puerto una vez cada siete años, pero sin muchas esperanzas, ya se sabe lo inconstantes que son las mujeres. Pero hete aquí que la última vez se encuentra a un comerciante escocés al que le pide alojamiento por una noche. A cambio le dará un buen trato con su valiosa mercancía. El comerciante codicioso de las riquezas que lleva el barco le ofrece como esposa a su bella hija. Y así se hace, pero fruto de un malentendido, como suelen acabar la mayor parte de las tragedias en la ópera (cuestión de la elipsis necesaria al guión) el capitán se va y la chica que ha jurado amor eterno se arroja desde un arrecife a las profundidades marinas. Y de ese modo el barco fantasma puede librarse del maleficio, y hundirse también en los abismos del mar. Curiosa manera la de los románticos de concebir la liberación.

La pregunta es, ¿puede una historia como ésta decir algo a la sensibilidad actual? ¿Por qué no me entusiasma, por qué no me atrapa? No se trata sólo de si los cantantes son los adecuados, de si sus voces brillan, de si el escenario es el apropiado, de si la dramaturgia… Todo eso sería como decir que en mi última visita al Prado las Meninas no estaban bien iluminadas, pues el día era lluvioso, que la salas de Velázquez estaban tan concurridas que había que avizorar entre las cabezas, que el griterío impedía la contemplación. No es una comparación caprichosa. Una ópera en el Liceu no es muy distinta de una visita al museo. No es sólo que la historia sea antigua y pasada de rosca, es que la música y la representación son para un público de otra época. La ópera no ha salido del XIX. Se llama a directores de cine o de teatro (Àlex Rigola en este caso) para que den un toque de modernidad, y a veces consiguen levantar un destello, pero no la función. Seguro que hay musicales más interesantes. Pero un musical se conforma con ser es un género y la ópera pretende ser arte. Habría que buscar a los creadores de nuestro tiempo, quizá los guionistas de serie de televisión podrían ser los nuevos libretistas y los raperos o rockeros los músicos, y darles carta blanca. Si es que la ópera tiene remedio. Pero los dueños del tinglado, los políticos que lo financian creyendo prestigiarse y el público que añora un mundo que ya no existe no querrían esos cambios y los jóvenes creadores se divierten de otro modo y su público es otro.

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¿Será una tragedia el cambio climático? No para todos. Muchas empresas ya están haciendo suculentos negocios a cuenta del lobo que está por llegar. “Citigroup ha identificado las oportunidades que pueden surgir en los próximos tres a cinco años como reacción a la amenaza de calentamiento global. Edward Kerschner, su analista jefe de inversiones, clasifica las implicaciones para los inversores en tres grandes categorías (físicas, regulatorias y de conducta) y selecciona a los potenciales ganadores en un amplio informe que incluye a 74 compañías de 18 países”. “La apuesta por las energías renovables ha situado varias empresas españolas entre las ganadoras del cambio climático. Iberdrola, Acciona, Abengoa o Gamesa ocupan puestos de primera fila dentro del negocio eólico, de biocombustibles o de energía solar. Están entre los líderes mundiales y los inversores han premiado su apuesta, que se ha traducido ya en fuertes subidas en Bolsa durante los últimos años. Son campeones del desarrollo sostenible”.

El paisaje se llena de gigantes blancos con sus enormes palas metálicas. La UE los subvenciona generosamente (Gamesa salió a Bolsa, en 2001, seis años después, los inversores han multiplicado casi por siete lo pagado en la oferta pública de venta (OPV) a través de la cual la empresa salió a cotizar. Hoy vale 6.740 millones. En poco más de tres años, Abengoa, por su parte, ha multiplicado por cinco su valor en Bolsa). ¿Qué será de esos gigantes cuando dentro de unos pocos años su ingeniería quede obsoleta? Si Don Quijote saliese de nuevo a pelear contra ellos el cura y el bachiller Sansón Carrasco lo devolverían sin grandes miramientos a su pueblo.

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