miércoles, 14 de marzo de 2007

Juez y jueces

En el caso De Juana todo vale para defender a los nuestros. El País, al día siguiente de la gran manifa, hace dos movimientos para situar a los jueces en su sitio. El primero de enaltecimiento del juez que, según titula, no quiso que De Juana muriera entre rejas. (Dice eso de modo incomprensible, cuando el propio Rubalcava se atribuyó la decisión). Un juez debe ser la persona más fría del mundo, la más imparcial, la más neutra en su cometido. No debe amistar con las partes, debe rehuir la fama, ser integro. Supongo que todo el mundo estaría de acuerdo en ello. Entonces, ¿a qué viene este largo reportaje (EP, 11.03.07, p.28) que combina la hagiografía, en un periódico normalmente anticlerical, y la semblanza poética, rayana en el ridículo, sobre este hombre?

He aquí un extracto del largo reportaje: “José Luis Castro fue el primer juez que autorizó a un preso a salir de permiso con un ‘parche antidroga’ (…) También ha suavizado la vida carcelaria de Mario Conde, Roldán y Galindo”. (…) Es además,
una persona de convicciones religiosas, lo que envuelve sus palabras de un halo de praxis con tintes de utopía. José Luis Castro suele apelar a Dios con frecuencia en sus charlas con amigos.” (…) “Es amante del cine alemán, de la literatura neorrealista italiana y el fado portugués. También sublima las letras de Cortázar, Borges y Unamuno. Para él son los más grandes”. (…) “Castro acaba de denegar la libertad condicional a un etarra porque no ha resarcido a sus víctimas”. (…) “No responde al estereotipo de juez rudo y esquivo. Al contrario sus colegas le definen ‘como una persona afable, trabajadora y buena gente’. Es de los que al menos un día por semana atiende en su despacho la peticiones de las madres de los internos, cuando no está visitando a los presos en las cárceles”. (…) “El dominico Francisco Villacorta, del convento de San Gregorio de Valladolid, conoce bien a José Luis Castro: ‘Recuerdo que acudía regularmente a visitar a los presos hospitalizados en el Clínico. Fue él quien impuso que los internos tuvieran el mismo horario de visitas que los enfermos normales del hospital”. (…) ”En los noventa, los patios de las cárceles estaban llenos de personas esqueléticas y de ojos perdidos que deambulaban agónicas de una esquina a otra (…)”, pero nuestro hombre en un supremo ejercicio de sacrificio por los demás, ‘A veces venía incluso por las tardes al juzgado para firmar un auto dando la libertad condicional a un preso agónico”.


Cómo no llorar de emoción después de conocer las acciones de este santo varón. Me recuerda las vidas de santos que leí en el instituto. ¿Pero un hombre justo, austero y religioso, según la semblanza, permitiría tanto almibarado elogio? La bondad nunca debe ser pregonada, porque si lo es deja de ser virtud para convertirse en hipócrita exhibición. Acaba el poético reportero con un “Al caso le viene al pelo un viejo proverbio jurídico: Dura lex, sed lex”, contradiciendo con esta huera sentencia los melindros del juez y los esfuerzos del periodista por subir al juez a los altares.

Segundo movimiento, desacreditar a los jueces que no son de los nuestros. Unas páginas más tarde, en la misma edición, el periódico arremete contra otros jueces de esta guisa: “Los jueces conservadores copan los puestos clave. La derecha judicial tiene mayoría en el Supremo, los Tribunales superiores y la Audiencia Nacional”. Y da nombres. Hoy, uno de ellos, se reivindica escrupuloso con la ley en una larga, serena y dolorida carta.

1 comentario:

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