Pone hoy a debate El País ¿Por qué los intelectuales de izquierda se hacen de derechas? Y se entregan a esa afirmación con forma de interrogante Ignacio Sotelo y Fernández Buey. Otras veces, los dos artículos de la página de debates dominical ofrecen razones enfrentadas. Hoy no. Los dos hombres se declaran de izquierdas, no han ofrecido por tanto la palabra a uno de los chaqueteros a los que señala la afirmación encubierta, quizá porque no lo han encontrado, quizá para transmitir el meme sin mayor controversia. Los dos que escriben dicen que esos intelectuales son de derechas. Ahí acaba todo su esfuerzo. Bueno, uno de ellos dice, extendiendo su plumaje multicolor, “En España se tiende a llamar "intelectuales" de "izquierda" a muchos que no lo son”. ¿Desde qué altura habla este hombre? Desde libros, teorías y hechos cuyas cenizas, tras el incendio, apenas conservan sus antiguas formas. El pobre hombre triunfaría en Cuba repartiendo las cartas, pero me temo que aquí no acabará de salir de su insignificancia. Lleva, el periódico, varios días con la matraca. Se refiere a los franceses, Glucksmann, Finkielkraut, Bruckner… y de rebote a unos cuantos de aquí, que no nombra, porque el periódico no aguantaría la burla de la réplica. En fin, así se hacen los periódicos en tiempos póstumos. Cuando Segolène pierda las elecciones, cuando aquí la izquierda, siempre con retraso, vaya perdiendo su capital, a lo mejor empiezan a pensar en vez de clasificar con ánimo de insulto. Aunque eso tardará. Aún no he leído una reflexión de por qué el PSC perdió un cuarto de su electorado en las últimas autonómicas. **
En los buenos tiempos asistir al teatro o a la ópera era asistir a un acontecimiento. Aún ocurre de
tarde en tarde. No es el caso de Don Gil de las calzas verdes, en el TNC de Barcelona. Puede hacer memorable la función el texto, una interpretación arrebatadora, una escenografía nunca vista. Desgraciadamente leer o escuchar otra vez a Tirso de Molina no dice nada nuevo, algún retruécano, algún significado perdido de palabras vigentes. No ocurre así con Shakespeare o Calderón. El que hace la versión no se ha atrevido con las tijeras, ni a dar rienda suelta a su ingenio. Lo que podía haber alegrado la función, la música, la danza son muy flojitas, mejor que no se hubieran empeñado en ello. Sólo un arpa, en el escenario siempre, creando atmósfera, es un hallazgo. Que brille el vestuario, y a ratos la escenografía, ça va de soi, con el generoso presupuesto que esta compañía maneja. El director ha querido provocar la risa de los espectadores, exagerando el lado bufonesco de los personajes y de las situaciones, pero lo consigue a medias. Se ríe con gran esfuerzo y poca convicción. El año pasado vi la Tragicomedia de Don Durados de Gil Vicente, una gozada de cabo a rabo. De la misma Compañía Nacional de Teatro Clásico, pero con diferentes actores, músicos, dirección. Esa vez, sí, fue un acontecimiento.
Nota al pie. Dos escritores vacos conversan sobre Euzkadi. Aramburu: "Hay muchos niños vascos a los que se adiestra en el odio a España y a lo español". Irazoki: "En el País Vasco, el dolor de lo que se considera como propio tiene un prestigio inmerecido"
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