sábado, 12 de agosto de 2023

El Tetnuldi en Adishi




Subo por una pradera escarpada con la intención de ver de cerca el Tetnuldi (por encima de los 4800 metros). Por la otra ladera bajan las vacas buscando el aprisco donde pasar la noche. La tarde cae pero por la garganta del valle aún entra con potencia el sol. Mi intención era acercarme a la pirámide de luz blanca del Tetnuldi, pero las distancias son más largas de lo que uno intuía. Aún así veo el cono de hielo y nieve sobre la verde pradera. 




Al otro lado del pequeño valle, el pueblo de Adishi, un aldea que mantiene vivo el turismo de jóvenes europeos en su mayoría pero también asiáticos que hacen rutas por el Cáucaso. A esta hora de la tarde se congregan en un bar musical con los altavoces a toda potencia. La aldea es un aglomerado de torres de vigilancia, algunas en perfecto estado, otras han perdido la techumbre. Junto a ellas, las casas, la mayor parte convertidas en Guest Houses. En sucesivos planos veo la pradera que se desploma casi vertical sobre la aldea, la recua de vacas que va bajando atravesando un torrente que pone la música de la tarde, las torres verticales absorbiendo la luz de la tarde y los rectángulos sin gracia que se han ido añadiendo con el tiempo como viviendas, desordenadas, con techos cada uno de un material y color diferente, un color que inesperadamente, cuando tomo altura, se ordena en un mosaico y salva la tarde. Desde el oeste la luz enciende el bosque.




Hemos hecho la jornada desde Tsvarmi a Adishi por los bosques húmedos del Cáucaso, con interesantes desniveles tanto para subir como para bajar. Acabado el ascenso, en lo más alto, un bar, lejos de cualquier población, repleto de cervezas y otras bebidas detiene a los caminantes para contemplar las cimas en círculo. 


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