miércoles, 26 de octubre de 2011

Flecha en azul, Arthur Koestler


Recuerda Arthur Koestler (AK) un “relámpago iluminador” en una de las entradas de André Gide en su por otra parte tedioso diario; aseguraba el escritor francés que nunca consiguió despojarse de su ingenuidad fundamental. Ese recuerdo lo enlaza Koestler con otra observación, en este caso de Goethe, sobre la “perpetua adolescencia del artista”. Flecha en azul, el primer libro de memorias que escribió Arthur Koestler, está recorrido por esa perpetua adolescencia en la que, según él, vivió hasta los 26 años. Es difícil saber si es una aseveración sincera o una reconstrucción posterior, en orden a la seducción que todo autor trama hacia el lector. Por un lado, podría ser la afirmación enmascarada, y orgullosa, de su singularidad, de su espíritu de artista, que él niega, por otro, el deseo de mostrar el proceso de construcción de su personalidad, durante el cual comete errores, vacila, da tumbos de aquí para allá, pero camina en dirección a su destino, el que marca la flecha del título. En sus autobiografías los autores forjan la imagen que quieren que la posteridad tenga de ellos. La almendra de este relato es el momento en que AK destruye la libreta de estudiante en que anotaba los cursos y notas que había realizado y obtenido hasta entonces, un documento indispensable para culminar sus estudios de ingeniería. Y lo hace cuando estaba a punto de acabar su carrera. Es decir, quema las naves, reniega de una carrera profesional y parte en busca del mundo. Es un relato teleológico en busca de su destino. AK quiere convencernos desde el principio de que como él otro no hay. No veo en ello algo negativo, al contrario, sólo quiero indicar la particular personalidad del autor.

Hijo de una familia de pequeños comerciantes judíos húngaros a los que acecha una y otra vez la ruina, AK alcanza una sólida formación humanística y científica, en el mundo de la Viena decadente, pero culta y febril, de los años 20, con el dominio de varias lenguas. De creerle, desde muy joven estuvo asaeteado por la flecha que le impulsaba hacia su destino, en lucha entre la contemplación y la acción. Se entrega como estudiante a la república húngara de 1919 y a la Comuna de los 100 días, y vive su fracaso; tras romper amarras con Viena y un futuro profesional, se convierte al sionismo y se va a Palestina para construir un hogar para los judíos, donde vive otro fracaso y una temporada junto al hambre; luego viene el inicio del periodismo en París, donde frecuenta a los políticos y a las prostitutas, todo muy literario como se ve, y por fin el triunfo en Berlín, en el seno del más importante grupo periodístico europeo. Primero como redactor científico y luego como redactor de internacional, participando, por ejemplo, en una famosa expedición en zeppelín al polo norte. Sin embargo, en la cima del mundo, ante su escritorio, con secretaria, dos teléfonos, varias amantes, no se ve en la cumbre del éxito, sino en el borde del abismo. Su vida, afirma, giraba alrededor de dos polos: el continuo trabajo y una frenética caza de mujeres, que no le podía satisfacer. Dedica unas cuantas páginas a explicar su obsesiva caza de mujeres, una caza fantasmal y no de placer, asegura, transformando un problema psicológico en una sed obsesiva de valores absolutos. La solución a su neurosis será el descubrimiento y la entrega al marxismo.


Cuál es, entonces, el destino que le espera. El 31 de diciembre de 1931, da el paso de enrolarse en el partido comunista. Así acaba esta primera parte de su autobiografía, que abarca sus años de formación, de 1905 a 1931. Sin  haber leído la segunda parte, que escribió en libro separado, está claro cual es el nuevo destino que le aguarda para poder relatar en la segunda parte, desvelar la maldad del comunismo, como deja claro en la última frase:
“Me parece adecuado poner fin a este primer tomo en el momento decisivo de mi afiliación al Partido Comunista; como en esos viejos seriales, que solían terminar cuando el héroe estaba suspendido de una soga sobre un río lleno de cocodrilos y aparecía luego la promesa: CONTINUARÁ. Pero en ese caso el público sabía que el protagonista no se caería en realidad entre los cocodrilos, mientras que yo sí me caí; lo que hace justamente que este relato, según espero, sea tanto más interesante y edificante”.

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