miércoles, 29 de junio de 2022

Lebaniego Castellano


Sales de Burgos y el tiempo recupera su compostura, que llevamos una semana que parecía que volviéramos al invierno. El maldito viento. Los andenes de la estación son imposibles: qué indecentes ingenieros. Dos mochileros, altos, entrados en años, y otra más, de ojos azules. Me miran cómplices. Oigo su suave y respetuoso inglés. 

Comienzo en Palencia en la pastelería cafetería Polo, mi preferida. No es hora del magnífico chocolate, me conformo con un café y un cruasán, que también está bueno. Cargarse la mochila sobre la espalda (¿demasiado peso? Había que pensar en el fresco y la lluvia de la montaña). Qué alegría. 

Dejó atrás la llanura de Tierra de Campos, elegantes espadañas que emergen detrás de una pequeña elevación del cereal, cosechado o sin cosechar, amarillo o pajizo, granado o sin granar, salpicado de campos de verdes tallos de patatas o remolacha, pueblos tan aplanados como la tierra, salvo cuando una torre los señorea, como la de la sobria iglesia de San Miguel, en Amusco, la música de los arcos sobre los muros románicos, el canal de Castilla en Frómista y su joya, San Martín, que veo a lo lejos. Algunas sin aire, indiferenciadas, como la de Espinosa, impropias de las tierras donde prevalece el románico. La arboleda de ribera en Herrera.

No me disgusta la llanura pero prefiero adentrarme en la montaña.

***



Alar del Rey, las dársenas, el canal el río. Unos cuántos kilómetros llanos. Enseguida aparecen las puntas de la Montaña Palentina. Mariposas revoloteando en los margenes del camino. Un cervatillo se me cruza y detrás su madre. Mediada la mañana un melocotón maduro, dulce, dulce, se me ha desecho entre la boca y los dedos. 



Prádanos de Ojeda con la escalera que lleva al campanario, adosada al muro exterior. El sol pega fuerte ni un rasgo de nube en el firmamento. Santibáñez de Ecla, semiabandonado, muy cerquita del monasterio de San Andrés del Arroyo. Me lo salto porque ya he estado varias veces. Bocata junto al Ecla, seco, en Villaescusa. Aquí a la sombra de un Soto, bajo los sauces, chopos y ciruelos de ornamento, en una mesa he tomado el bocata, una ciruela y un trozo de chocolate y una siestecita, arrullado por el canto de los pájaros y el plectro del viento sobre las ramas haciendo sonar las hojas. No hay cielo, pero esto podría parecerlo.



Solo al final de la jornada brotan las nubes por detrás de las cimas como un hervor blanco cuando voy llegando a Perazancas. Justo antes de llegar, exenta, entre umos chopos y unos fresnos, aparece un paralelepípedo que se prolonga en un hermoso ábside, con cenefa de estrías y ajedrezado, la ermita románica de San Pelayo, siglo XI (1076).



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