martes, 28 de junio de 2022

La mariposa cuántica

 


En los descubrimientos de los físicos hay dos hechos insoslayables, que dependemos de nuestra observación tanto como el mundo se nos manifiesta a través de ella y que observamos lo probable. No es seguro que lo que observamos esté ahí cuando dejemos de observar. De ahí se derivan otros dos hechos: el mundo que percibimos no es ajeno a nuestra observación o lo que es lo mismo el mundo y nosotros formamos parte de lo mismo. No sé si sería demasiado arriesgado decir que somos la misma cosa o, asomándonos al vértigo, que no hay mundo sin observación. No sabemos si el mundo existe (ontología), solo sabemos lo que conocemos o podemos conocer (episteme). En todo caso, hay una enorme e insalvable brecha entre lo que vemos y lo que es. Hasta el punto de que podemos preguntarnos, ¿existe una entidad más allá de la observación? No lo podemos saber porque no conocemos a un observador exterior al mundo. Después de esto, uno podría pensar: nuestra percepción está hecha de costuras, de intuiciones, pero parece que las ecuaciones matemáticas de la cuántica y las aplicaciones derivadas las confirman.


La derivada más asombrosa, la idea de realidad como función de onda, es que el mundo carece de sustancia, que lo que hay son nodos de relaciones, campos de fuerzas, y que, por tanto, lo que experimentamos a nivel macroscópico son ilusiones. Cómo desembarazarse de lo que vemos y sentimos con muestra limitada percepción, objetos cosas artificios con los que experimentamos los límites en nuestra vida cotidiana. Si podemos comprender que nuestra experiencia del tiempo es subjetiva, que no hay estados diferentes de tiempo como pasado presente y futuro, que todo sucede en el instante, si podemos comprender incluso la erosión de la entropía, la desorganización a que estamos sometidos como objetos entidades nodos o lo que seamos, el salto es demasiado grande como para aceptar que no somos más que configuraciones de materia y energía en trance de desagregación.


Claro que el salto todavía es mayor si sacamos las deducciones apropiadas, que todo son procesos naturales a los que no cabe atribuir sentido o finalidad. Da vértigo pensar en las instituciones humanas, en el valor que damos a nuestros actos, en el fundamento de la ley y la justicia, en atribuir moralidad a lo que hacemos, como si todo el edificio de la humanidad estuviese sustentado en el aire.


Si no hay saltos cualitativos sino azarosa acumulación de información relevante, ¿es un milagro que hayamos creado un duplicado de la organización natural en la organización social y cultural o ¿es una consecuencia lógica de nuestra pertenencia a la naturaleza? ¿La conciencia es un salto cualitativo que nos pertenece específicamente o es algo que cabía esperar?



Una última consecuencia: vive con intensidad y pasión este instante como si fueses una bella mariposa de vida efímera. Cuando salimos al campo contemplamos el maravilloso espectáculo de la mariposa explorando el mundo; por qué habríamos de rechazar el último regalo que la naturaleza nos ofrece: comprendernos, comprender el mundo.


Expongo con gran torpeza las preguntas que me ha sugerido la lectura de Helgoland de Carlo Rovelli


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