lunes, 27 de junio de 2022

Helgoland, de Carlo Rovelli

 


El descubrimiento de la teoría cuántica es el descubrimiento de que las propiedades de cualquier cosa no son más que el modo en que esta cosa afecta a las otras. La teoría cuántica es la teoría de cómo las cosas se influyen entre sí y constituye la mejor descripción de la naturaleza de la que disponemos hoy.


Si fuésemos conscientes de la realidad del mundo, de sus constituyentes básicos, de cómo está organizado, de su falta de sustancia, nos iríamos sujetando por las paredes como borrachos en la madrugada, afirmando cada paso, palpándonos para asegurar nuestra consistencia. Pero no somos más que lo que somos, construidos de una particular manera, iguales pero diferentes a la rosa y al murciélago. Imaginamos, vemos y sentimos una realidad macroscópica que ignora cómo está hecha. Nos acomodamos a la apariencia. ¿Viviríamos de otro modo si asumiésemos los cambios en la percepción de la realidad que ha supuesto la mecánica cuántica? En realidad, ya estamos viviendo de otro modo. Los cambios que la tecnología derivada de la nueva física ha ido introduciendo en la vida diaria en las últimas décadas los hemos ido asimilando poco a poco casi sin darnos cuenta. El GPS, el láser, las diferentes formas de escaneo corporal, la computación, la criptografía, el blockchain. Aplicaciones que derivan de nuestro conocimiento, de nuestras aproximaciones a lo que sea la realidad más bien, pues como escribe Rovelli, no sabemos en qué consiste la realidad sino cómo funciona su gramática, o mejor todavía, como se organiza el conocimiento (episteme) más que cómo sea la realidad (ontología). La física no describe el mundo. Describe lo que nosotros sabemos sobre el mundo, la información sobre el mundo. Nuevos modos de actuar y manifestarnos que han emergido al darnos cuenta de que eran posibles. La pregunta, por tanto, sobre si actuaríamos de forma diferente si fuésemos conscientes del sustrato de la realidad que desconocíamos parece una pregunta innecesaria, tonta. Actuamos como lo hacemos porque no podemos hacerlo de otro modo. El conocimiento añade complejidad a nuestra percepción y al mismo tiempo la simplifica. Los propios físicos dicen no entender el tejido del mundo (Feynman: Creo que puedo decir con toda tranquilidad que nadie entiende la mecánica cuántica): asisten perplejos al descubrimiento de una realidad microscópica donde lo que observan son probabilidades, estructuras, nodos, organización, pero no cosas, objetos, una realidad desmaterializada o, al menos, no constituida por sustancias o entidades que respondan a las reglas que presuponíamos, con posiciones y dinámicas precisas, o eso he creído entender. La materia es sustituida por fantasmagóricas ondas de probabilidad... Una realidad constituida por relaciones, antes que por objetos. No es posible pensar en un objeto físico independientemente de sus manifestaciones, afirman.


En un mundo así, donde


la realidad es esta red de interacciones, no existen propiedades fuera de las interacciones. Cualquier cosa es solamente el modo en que actúa sobre cualquier otra cosa,


podemos pensar en la física cuántica como una teoría sobre la información que los sistemas tienen unos de otros,


muchas preguntas carecen de sentido: la diferencia entre el cuerpo y mente, la autoconciencia, la individualidad separada de otras individualidades, la temporalidad, la vida más allá de la vida. Porque lo crucial es que no hay un exterior y un interior, no hay un observador privilegiado, no podemos escapar de la naturaleza para verla desde fuera porque somos naturaleza que se observa. Ya no es posible pensar en un observador calculando la posición y la velocidad de un objeto, ni en un mundo continuo sino granular, relacional. Son las relaciones y las interacciones las que tejen el mundo, más que los objetos. Pues, el mundo no está dividido en entidades independientes, somos nosotros quienes lo dividimos en objetos a nuestra conveniencia: una madre lo es porque existe un hijo, un planeta porque gira alrededor de una estrella. Tenemos que abandonar la idea de un mundo hecho de cosas, afirma Rovelli.


A escala molecular, el borde afilado de un cuchillo de acero fluctúa como la orilla de un océano tormentoso que rompe en la playa.


La realidad es una convención asentada. Tan aceptada que se manifiesta en el lenguaje común. ¿Irá cambiando nuestra forma de decir? Somos criaturas frágiles, necesitamos la consistencia: pensar que el mundo es palpable y perdurable, que somos algo más que un accidente de la naturaleza, que hay un fundamento último, pero ¿por qué habría de tener sentido la pregunta sobre el sentido? Si no hay sentido, la propia vida carece de propósito: simplemente sucede. Por qué habríamos de ser diferentes de la hormiga, de la flor, de la mariposa: como ellas vivimos un instante y ya está, configuraciones temporales como el dragón que se forma un instante en una nube.



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