viernes, 28 de enero de 2022

Simone Weil y la guerra

 



"Nada vale para mí lo que la vida, aun todos los bienes que se dice

que contiene Ilión, la ciudad tan próspera…

Pues se pueden conquistar bueyes, gordos carneros…

Una vida humana, una vez que ha partido, no se reconquista." (Aquiles en la Ilíada)


Entonces saltaron sus dientes; vino por ambos lados

la sangre a sus ojos; la sangre que por labios y narices

derramaba, la boca abierta; la muerte con su negra nube los envolvió”.


Tanto en las horas en los días en las semanas previas como en los días en los meses en los años posteriores a la guerra, cuando se hace el balance de lo conseguido y lo perdido, como en las batallas libradas, en los asaltos en las huidas, se teoriza sobre la guerra, se habla de ella como una abstracción. Ahí están Maquiavelo y von Clausewitz y Carl Schmitt. Y César, Napoléon y Hitler sobre la mesa de los mapas. La guerra como un juego de pérdidas y ganancias, de territorios conquistados y deseados, de vencedores y vencidos. Pero en el centro de la guerra está el corazón que late y deja de latir. La guerra deshumaniza, ese es el hecho fundamental, cosifica, convierte en cosas a los que participan en ella. “Toda desgracia del hombre no es más que el efecto del despliegue de una fuerza”. Emborrachados de fuerza los que participan se ven a un paso de la cima: en el valle quedan los hombres que se han ido quedando, convertidos en cadáveres. Cosas son los soldados a uno y otro lado de la trinchera, despojados brutalmente de su humanidad los cadáveres; convertidos en esclavos los vencidos, llevados de aquí para allá, en saldo la victoria, cuando el tiempo la somete a nada, despojados los combatientes de una vida verdadera que solo encuentran en la nostalgia del pasado, conscientes de que la victoria de ayer es la derrota de hoy.


Pocos han visto la naturaleza de la guerra como Simone Weil en su estudio sobre la Ilíada: La Ilíada o el poema de la fuerza, de 1938 – 1939


"En cuanto a los guerreros, las comparaciones que los muestran, vencedores o vencidos, como bestias o cosas, no pueden suscitar admiración y desprecio, sino únicamente pena de que los hombres puedan ser así transformados". “La fuerza hace del hombre una cosa, el inútil peso de la tierra, y el cadáver es la máxima expresión de esa cosificación, el efecto supremo de la fuerza como la muerte física es el grado sumo de la desgracia”.


La guerra en cualquier ocasión es la historia de una derrota, "la subordinación del alma humana a la fuerza, es decir, a la materia", embriagados de orgullo los vencedores, humillados los vencidos, todos derrotados en su condición humana, pues nadie escapa a los "efectos funestos de la fuerza ni el que la emplea ni el que la sufre".


Nada hay más valioso que la vida humana, cada una de las vidas humanas, siempre en riesgo de perderse. Eso lo vieron los griegos primero en la epopeya de la Ilíada y después en las tragedias de Sófocles y Esquilo. También en el Evangelio.


"Los griegos, casi siempre, tuvieron la fuerza espiritual que permite no mentirse; fueron recompensados por ello y supieron alcanzar en todas las cosas el más alto grado de lucidez, pureza y simplicidad. Pero el espíritu que se transmite de la Ilíada al Evangelio pasando por los pensadores y los poetas trágicos, casi no ha franqueado los límites de la civilización griega, y desde que Grecia fue destruida no quedan más que reflejos".


Todo el poema de la Ilíada transcurre 'lejos de los cálidos baños' que vanamente esperan a Héctor para después de la batalla. Héctor no va a llegar nunca a sentir su dulzura porque ha muerto a manos de Aquiles.


¿Por qué considera Simone Weil la Ilíada como el poema más extraordinario? En medio del escenario de violencias, la dialéctica de la fuerza se rompe por algunos resquicios: los héroes griegos son hombres que recuperan el alma cuando aman puramente: en la amistad, en el amor filial, en el fraterno, en el conyugal, en el compañerismo, pero sobre todo en la amistad y la admiración por el enemigo. Frente a la fuerza, o la materia, que subordina el alma humana,


"Nada de lo que es valioso, esté o no destinado a perecer, se desprecia; la miseria de todos queda expuesta sin disimulo ni desdén; ningún hombre queda por encima ni por debajo de la condición común a todos los hombres; todo lo que queda destruido, se llora. Vencedores y vencidos son también prójimos, y, en el mismo sentido, son los semejantes del poeta y del oyente. Si alguna diferencia existe es la de que tal vez se siente con mayor pesar la desgracia de los enemigos".

 

"Una vez que las autoridades temporales y espirituales han decidido que las vidas de ciertas personas carecen de valor, nada es tan natural en el hombre como matar. Tan pronto como los hombres saben que pueden matar sin temor a represalias, empiezan a matar, o al menos, animan a los asesinos con sonrisas de aprobación".

 

"Una civilización que ignora la fuerza o la miseria no podrá aspirar a la justicia porque los individuos establecerán diferencias entre sí ni conocerá el amor porque cada individuo creerá que la miseria nunca le afectará a él. Una civilización que los tiene presentes desarrollará un instinto para captar la debilidad y no aprovecharse de ella. Un nuevo imprevisto centro de abordaje de la realidad se instala en su espíritu, un centro que procura la vivencia de abolir límites inasibles".


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