lunes, 24 de enero de 2022

Mediocridad

 


Los periódicos guardan sus mejores firmas para los domingos, para que brillen más que el sol. Todavía persiste en algunas familias, cada vez menos, el ritual dominical de comprar el Papel, que decía mi padre. Se las ve en las terrazas soleadas de enero junto a un café. Son pocos los que persisten. A medida que la tecnología digital ha ido suplantando a la manual -viene a ser lo mismo, pero qué diferencia de lo manual a lo digital: de la pluma al teclado, que cada vez es más dictado- las antiguas y brillantes metáforas de los viejos plumíferos se han ido desgastando sin que los jóvenes nativos digitales hayan saltado del zasca a una reflexión elaborada. Yo me mantengo fiel a la tradición dominical. A menudo me veo reflejado en los ojos de quienes me miran como bicho raro, ahí en la mesa de la esquina, aunque sin el periódico de papel, replegado sobre mi tablet.


Ayer, como tantos otros domingos, fue dedicarle toda la mañana en vano. Las viejas plumas muestran su decrepitud sin vergüenza: una, rememorando a un viejo franquista, dedicaba su columna a Mis almuerzos con gente importante; otro recorría a los tópicos de la mecánica cuántica como moneda gastada para 'dar valor' a la suya; peor los jóvenes digitales: no decían absolutamente nada.




Me pasa lo mismo con las últimas películas que he visto; la de Paul Schrader, El contador de cartas, y la de Paul Verhoeven, Benedetta. Decrépitas sin más. Dos viejos guionistas y directores que fueron agudos en su tiempo. El primero menciona en la suya a Abu Graif para atormentar a un jugador de póker, y con la mención parece bastarle para formalizar una denuncia. No cuela. El segundo acude a la biografía de una monja medieval, sor Benedetta, famosa por sus llagas, como excusa para brindar en la pantalla un par de desnudos y un revolcón entre dos monjas. Como si confiasen en que la mente contemporánea esté hecha a base de remiendos, suma de zascas. Algunos críticos las han alabado, lo que confirma la decadencia de los periódicos. Por no hablar de los libros que va uno leyendo.


Esperamos que el periódico nos sorprenda cada mañana con una novedad pero nos inunda con un océano de obviedades. Algunos, no sin razón, echan de menos un annus mirabilis como el de 1922Vivimos un tiempo en el que todo está dispuesto para asistir a una nueva edad de oro. De momento solo hay zascas en Twitter y mediocridad en las pantallas.



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