Dentro de la cosa catalana ha habido un crescendo de exclusión. De acuerdo con Sosa Wagner, hoy en EM, no importa cómo le digan a sus sentimientos políticos; nación está bien, siempre que el Estado común garantice la libertad para todos y la igualdad entre todos, pero no parece que el sistema que hemos dado las garantice, así lo avalan los datos de sucesivas investigaciones. Los catalanistas (PSC, Comuns y demás) están por el juego de la integración, es decir, que les garantice unos cuantos puestos en la administración estatal, autonómica o local; los nacionalistas (convergentes y esquerra) quieren un trato diferencial y con ello asegurarse puestos en la administración estatal y los puestos clave en la autonómica y local sin compartirlos con quien no sea nacionalista; los indepes (convergentes, esquerra y demás) sueñan con la exclusión total, una administración catalana donde los españoles de casa (els que no son d’aquí) sean considerados españoles y por tanto no puedan competir por los cargos (y el presupuesto). Si llegara, por fin, la administración indepe los catalanistas se integrarían desde el minuto uno.
Para que todo esto haya llegado tan lejos, la retórica catalanista ha sido esencial (PSC y comuns, Iceta y Ada). Las palabras clave en esa retórica han sido primero ‘integración’ (És català qui viu i treballa a Catalunya, deia el Molt Honorable): si parlas català, ets del Barça i aceptes els usos i costums d’aquí i et doblegues estaràs integrat, y, luego, más recientemente, ‘inclusión’: fabrícate o exhibe una identidad con apellido catalán y alcanzarás el reino. Todo mentira como cabe imaginar. Los integrados (Vázquez Montalbán, Montilla) han sido muy pocos y los incluidos o cooptados (Rufián) menos aún, un ramillete para dar verosimilitud a la retórica sobre la que se ha edificado la cosa catalana.
Lo que ha ocurrido al ir asumiendo las imposiciones de los nacionalistas con la ‘buena voluntad’ de los catalanistas, sin nada a cambio: monolingüísmo, segregación laboral y en barrios, reglamentación administrativa favorable a los catalanohablantes es la división en dos bloques de la sociedad, con fallas en el bloque débil de los excluidos gracias a los integrados e incluidos como Montilla y Rufián. Me gustaría hacer algunas comparaciones históricas o geográficas del pasado o de la actualidad pero los gritos me aturdirían. Me contengo. A la larga, como demuestra este estudio, que es una suma de muchas investigaciones a lo largo de décadas de exclusión, es que toda la sociedad sufre y decae por el freno económico del nacionalismo. Evidentemente, la parte bonita de la sociedad catalana tardará mucho más en sufrir las consecuencias, pero la decadencia se irá acelerando, y más con la crisis que atravesamos. Es lo que sucede cuando una sociedad pasa de ser abierta a cerrarse y excluir. Madrid y Barcelona ejemplifican procesos inversos.
“En resumen, una sociedad cada vez más dividida en Barcelona, devastada por divisiones profundas y crecientes, y donde la falta de confianza ha impedido la construcción de puentes entre grupos, ha proporcionado la semilla para una trayectoria económica general mucho peor que la que habrían tenido las características iniciales de la ciudad. Madrid, aunque no está exenta de problemas, ha logrado construir una sociedad más maleable, lo que ha facilitado, en una medida nada despreciable, la creación de una ciudad más abierta, interconectada internacionalmente y económicamente dinámica”.
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