martes, 18 de agosto de 2020

Surcos

 

Este esfuerzo incesante por producir normalidad es como una falsificación artística, tan laborioso comparado con la facilidad con que se creó el original. Hace un atardecer bonito y los rayos del sol, largos y dorados, se inclinan desde el horizonte. Estos viajes son para mí como las primeras incursiones de los vikingos en el misterio del océano, por momentos aterradores, por momentos emocionantes; no tengo la menor idea de lo que va a pasar, de lo que encontraremos. Es la idea de que no encontremos nada de nada lo que me aterra. Aun así, no sé qué estamos buscando exactamente”. (Despojos, Rachel Cusk)


Pienso, mientras sigo leyendo a Cusk, en la continuidad de las formas de vida. Desde 1945 hemos vivido como si la vida fuese un surco fácil de seguir. Si iba mal podías saltar a otro o a otro y continuar. Podrías pensar que las vidas uncidas en un matrimonio, padres e hijos, podían seguir durante un tiempo el surco principal y después aventurarse. La libertad era conseguible y la independencia y la igualdad. Todo eso han sido batallas posibles. Las conquistas se imaginan y se dan cuándo son posibles. Hubo un tiempo en que los esclavos no pudieron dejar de serlo ni las mujeres pudieron pretender ser iguales a los hombres. Pero después sí. Dábamos por supuesto que la naturaleza era mansa, que la habíamos domesticado, que con una mano llevábamos las riendas de la naturaleza y con la otra las de la historia. Incluso hemos llegado a pensar que estábamos a punto de automatizar el proceso. De 1945 acá la conciencia ha creído que podría obrar sin determinaciones. Un malentendido que ha confundido al arte y a la ciencia y que ha liberado las formas de vida. La abuela de 92 años de Rachel Cusk veía la vida como un labrador que traza surcos que duran toda una vida. Rachel describe su perplejidad, la de un mundo donde la libertad y la igualdad es posible. Ahora inopinadamente estamos en otro. ¿Cuál?


Se podría objetar que Flaubert, que Tolstói, que La Regenta en España. Sí, es cierto, pero eran formas adelantadas de vida que no se podían extender al conjunto de la población. Después de 1945, sí. Mis abuelos vivieron una vida de labradores más allá de los 90 años, murieron con un intervalo de unos pocos meses. Mi abuelo por las noches gritaba, quiero morir, quiero morir. No aprendió que vivir solo era posible. Mis tíos siguieron la costumbre, no se salieron del surco. Mi vida ha sido completamente urbana. Pensamos que nuestra vida está a salvo pero ninguna lo está. Nos negamos, y está bien que sea así, a encender ese interruptor.


Siento cierta simpatía por Edipo. Su historia expresa lo que a mi modo de ver es la principal tragedia humana: que desconocemos las cosas que nos empujan a nuestro destino. No somos plenamente conscientes de lo que hacemos ni de por qué lo hacemos. Edipo no sabía que su mujer era también su madre. No sabía que el harapiento desconocido al que ha matado en un cruce de caminos era su padre. Aun así, ha recibido un castigo por sus actos como si hubieran sido conscientes”. (Despojos, Rachel Cusk)


No hay comentarios: